Padres e hijos


El Chorrillo, 4 de marzo de 2015

Las dos de la mañana. De fondo la música de la 5ª Sinfonía de Chaikovsky. Frente a la chimenea, como siempre. Un rato después de terminar de ver Birdman. Mi motivación para escribir estas líneas nacen en el contexto de una conversación entre Emma Stone, en el papel de hija de Michael Keaton. La hija rompe la percepción que el padre tuvo de ella y hace un breve análisis de lo que fueron sus relaciones desde la adolescencia, una vocación del padre por llevar a cabo su proyecto personal por encima de todas las cosas. El padre queda tocado por la sinceridad de su hija, permanece pensativo y silencioso por unos segundos y enseguida el segundo movimiento de la sinfonía de Chaikovsky irrumpe en la escena subrayando una especie de revelación interior en el padre que fue incapaz de percibir antes durante las dos, tres últimas décadas de su vida lo verdaderamente importante: su hija había quedado arrumbada tras sus obsesiones profesionales. La música fluye en este momento como un milagro capaz de devolver la visión al invidente que fue desde siempre; tal es la capacidad de alumbramiento de la música tras el silencio entre padre e hija. Precisamente este segundo movimiento también tuvo su momento magnífico en el cine de los años treinta, Dama por un dia, de Franz Capra, no recuerdo apenas nada de la película pero sí perfectamente la música acompañando unos minutos de gloria de la protagonista. Curiosa esa manera que tiene la música de convertir el cine en un arte complejo y polifacético hasta el punto de que podamos prescindir de los ojos para captar la emoción, el desenlace, el misterio, el horror que nos sugiere una secuencia casi exclusivamente de la mano de la música.


La película me ha gustado, no tengo ningún pero que poner, todo lo contrario. Actuaciones, guión, trama, imaginación, diferentes problemáticas tratadas con cierta profundidad; un film de hoy y de nuestro mundo que indaga por las relaciones humanas, los deseos de fama, las miserias también de la lucha por obtener altos índices de audiencia, por ser “dama por un día” en el trending topic del Twitter. Sin embargo entre todo esto lo que más ha logrado engancharme ha sido la cruda relación del protagonista con su hija. Padres e hijos, un tema que me apasiona pero que nunca toqué en mi larga experiencia de aprendiz de escribidor. ¿Por qué? No lo sé con exactitud, imagino que sigo la corriente general que dice que los principales asuntos que nos preocupan en la vida no deben tocarse. No se me ocurre otra razón. Acaso los dichos expresan mejor que otra cosa lo que corre por el caletre de los humanos, ese, por ejemplo, de mejor no meneallo, algo así como si, haciéndonos eco de que en todas las casas cuecen habas, quisiéramos hacer oídos sordos arropados por el comportamiento general de una realidad que puede llevarnos a las puertas de un paisaje, rincón de la memoria que más bien quisiéramos desterrar sin más contemplaciones al olvido.  Pero son sólo suposiciones. Mi lectura, que a veces es algo desatenta, es, sin embargo concentrada cuando me tropiezo con algo que me interesa sustancialmente. Cuando cazo algo en donde puedo estar metido yo, que adivino que puede concernir a mi pareja, a mis hijos, a una especial relación que tuve hace años, me vuelvo todo ojos y oídos. La última vez que me encontré una escena similar a la de hoy se desarrollaba en una novela de Doris Lessing, Love Again; un descarnado encuentro de una hija con su padre muy mayor, en donde la crueldad de los recuerdos resuenan como latigazos sobre el alma de ambos.

La falsa historia en donde el pasado aparece en forma de dulces de mazapán es una de las cosas que peor llevo cuando la memoria nos congrega en torno a una conversación pretendiendo hacer de ese pasado, de nuestras motivaciones una balsa de aceite. No hay rincón en el mundo en donde no exista o hayan existido retazos de guerra, luchas de poder, celos, silencios que hayan podido desbaratarnos el alma; también es cierto su contrario, no hay rincón en el mundo donde el amor y la ternura tengan su hueco. Quizás se salven de esta afirmación diez o doce casos por continente.

Precisamente el pasado domingo nos visitó una vieja amiga, una maña orgullosísima de su tierra, la bella y sedienta tierra de Los Monegros, que después de hacer una encendida defensa en pro de construir embalses que puedan proveer de agua al país y de darnos una lección sobre las bondades del sistema de riego por goteo, por alguna misteriosa razón terminó dirigiendo la conversación a alguna curiosidad de comunicación que se daba entre su marido y ella de una parte y la relación de ambos con sus hijos; coincidíamos en muchas cosas. Le paso la palabra a ella, pero antes quiero agradecerle desde aquí la docena o docena y media de huevos que nos trajo de regalo. Desde que se ha hecho granjera y hortelana, de vez en cuando nos damos el gusto de comer huevos de verdad. Espero que antes de largarnos por ahí a corretear por el mundo, le podamos corresponder con algún producto de nuestra huerta. Esto decía ella: "Una percibe que en el ámbito de la comunicación entre padres e hijos existen niveles diferentes. Todos nos sentimos cómodos en aquél en que compartimos las enfermedades, novedades, cuestiones de trabajo, incluso nuestras inquietudes políticas. Sin embargo hay otros niveles en donde escasamente entramos, y otros todavía más significativos en donde nunca veremos a ningún miembro de la familia entrar para ponerlos en común. Si yo intentara hacer una breve lista, decía, de lo que más me interesa en la vida, aparte de la salud y el bienestar de los míos, y quisiera comprobar el grado de interés que los otros manifiestan por las cabeceras de lista de mis inquietudes, probablemente me llevaría un gran chasco. Si a mi hijo, al que has escrito una larga carta en diferido, hablando le haces patente esta posibilidad te podrá decir que es que él se comunica verbalmente, que la lectura no es su fuerte; o te pedirá fotos de tus viajes sabiendo que las tiene a cientos en cierto blog que sueles escribir cuando vas de acá para allá. Quizás sea un ejemplo tonto". Voy con otro ejemplo que me cuenta esta amiga aficionada a la escritura y que hace años en el transcurso de un viaje por América Latina escribió un libro de relatos que publicó posteriormente con el título de Caminando. Mira, me decía con cara de incredulidad, un escritor malagueño hizo días atrás una crítica de mi libro. Entonces yo quise compartirlo con mis hijos y les mandé un whatsapp con el vínculo de la crítica a la familia. ¿Os podéis creer, nos decía ella admirada de que la única contestación hubiera sido un “vaya, mamá”? Ejemplo tonto acaso, pero que quizás sirva para adivinar de qué cosa estoy hablando.

En la película de hoy la hija, al fin decidida, le habla al padre de lo efímero de la vida y da cuenta de lo que ha sido contemplar a su padre desde que tuvo uso de razón como ese payaso del que habla Shakespeare y que se repite como un estribillo en boca de un comediante callejero en el film; aquello de: "La vida no es más que una sombra que pasa, un pobre cómico que se pavonea y agita una hora sobre la escena y después no se le oye, un cuento narrado por un idiota con gran aparato y que nada significa". El personaje de Michael Keaton había convertido a su hija en la prolongación de su propio proyecto personal. Y la vida era muy corta y ya casi no tendrían tiempo de reencontrarse ni compartir las pequeñas cosas que son el jugo de la existencia.

 Algo así como si un aire atávico, en donde la esencia no formara parte de la tradición comunicativa, sobrevolara nuestras cabezas impidiendo hablar de lo que realmente nos interesa, de problemas y asuntos que nos afectan. La misma amiga, que tiene por cierto una buenísima relación con sus hijos, decía un momento después socarronamente: “Estoy segura de que si mañana voy y cruzo el Pacífico a nado, a mi regreso ninguno de ellos me va a preguntar por el asunto. Nos queremos mucho pero las cosas son así". Nuestra amiga de Los Monegros, que por demás flirtea también con la escritura de un blog en donde se mezclan los caballos con largos párrafos sobre la filosofía de la vida, terminó por contar la anécdota de cuál fue la respuesta de su primogénito, una mente muy dotada para el humor, cuando le envió una fotografía con los últimos libros publicados por ella: con eso ya tenemos para calzar la mesa de la cocina. Eso fue todo. Algo debe de haber en la relación padres hijos, continuó, que oblitera la circulación de ciertos temas. Una puede optar por pensar que nuestro interés mutuo no es lo que parece, sin embargo no creo que sea del todo cierto; sucede que nos queremos, un hecho humano y biológico que no está reñido con que nos seamos ajenos en aspectos personales que pueden ser importantes para ti, pero no para tus hijos. Y viceversa." A un servidor, ante tal contestación no se le ocurre otra cosa que menear la cabeza dubitativamente. Siempre me gustó nombrar a las cosas con su nombre y a estas alturas ya es muy difícil cambiar de manera de pensar. Asumir una realidad que uno no gusta es uno de los principios que parece necesario asumir. Tengo una suegra para la que todo es amor, tanto que esa palabra perdió significado para ella y para nosotros desde hace siglos. Tiene más de noventa años, pero habita un mundo que, como le sucede al tal Rajoy, no es un mundo que pertenezca a la realidad que nos corresponde vivir. Sería muy jodido irse a la tumba pensando que el mundo por el que has transitado durante tantas décadas está hecho de bizcochos y mazapanes.

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