¿En defensa de la incultura?


El Chorrillo, 5 de mayo de 2015


Hacía unos minutos que estaba en el quirófano, yacía tumbado sobre una camilla y me habían tapado la cabeza con algo transparente. Veía difusamente al otro lado manchas de luz tenues en el centro de las cuales un foco potente y evanescente en los bordes aparecía como dispuesto a iluminar algún escenario, mi ojo precisamente. Un bisturí rasgó aquel objeto transparente para dar acceso a mi ojo, la doctora, con voz sosegada y tranquila, anunciaba como un susurro cada uno de sus actos: ahora vamos a hacer un corte, no va a sentir nada, intente relajarse un poquitín, ya hemos quitado la catarata, ahora vamos a introducir la lentilla, va a sentir un chorro de suero sobre el ojo. El resquemor que me había producido desde hace muchos años este momento había desaparecido por completo. Tengo visión por un solo ojo y la posibilidad de que un mínimo accidente en la intervención me pudiera dejar ciego campanilleaba allí al fondo de mi inconsciente como un mal sueño que hacía que recordara vivamente a mi padre que perdió la vista unos pocos años antes de su fallecimiento. Todo fue bien. Cuando me incorporé sentí tal agradecimiento hacia la doctora, su ayudante y el anestesista que mi emoción no fue capaz de manifestarse de otra manera que no fuera por un breve y austero gracias.

Una operación de cataratas hace años era algo más complejo que necesitaba hospitalización. Hoy le levantas de la camilla del quirófano y en unos pocos minutos más estás en la calle. Es imposible no estar tremendamente agradecido a todos los investigadores que a lo largo de la historia han hecho posible llegar hasta donde hemos llegado en el campo de la medicina. Y es lo mismo para otros campos de la ciencia o de la cultura en general. La cultura, eso que ha hecho posible que los hombres pudieran bajar de los árboles para convertirse en personas, es la expresión de lo mejor que hay en el hombre; su capacidad de crear, de transformar la realidad, su capacidad para hacer música, para crear obras literarias, su capacidad para suscitar en nosotros intensas emociones a través del arte, su capacidad para crear elementos con que protegerse del frío y satisfacer el hambre o la sed ha contribuido decisivamente a transformar al salvaje que éramos en los tiempos prehistóricos. Todo ello es cultura, la inteligencia y la interpelación sobre la realidad han hecho del homo sapiens el ser más complejo y maravilloso que pueda darse en el universo.





Vienen estos prolegómenos a cuento de que días atrás alguien hacia escrito en mi muro un comentario que me pareció preocupante, alguien que después de “alabar” algo de mi escritura, introducía un punto y aparte y allí, como quien desea esconder un trozo de cianuro entre un apetitoso bocado, venía a decir algo así: que esa cultura era lo mismo que lamentablemente marcaba a tanta gente de este país. Se refería a la cultura y a la cantidad de ocio que el comentarista adivinaba debía disfrutar yo. A esta persona le molestaba que hubiera gente que tuviera cultura, pero no se conformaba con eso, además le parecía un estigma que hubiera gente que pudiera disfrutar de una buena ración de tiempo libre. Parecía venir a decir en sus palabras que la culpa de los males de España estuviera en el hecho de que hubiera desgraciadamente tanta gente con cultura y tiempo libre.

Despacho el asunto del ocio y luego sigo con el de la cultura. Al comentarista le debía molestar sumamente que yo, después de haber empezado a trabajar a los quince años y dedicar otros más de cuarenta a ganarme el pan, pudiera disfrutar ahora de ese inmenso regalo que son los años de jubilación. No sigo con este asunto que quizás me lleve a escribir otro post. Continuemos con el tema de la cultura.

El comentario venía al final de una no muy pacífica discusión que yo quise dar por finalizada porque me resultaba aburrida en primer lugar y después porque era algo que no llevaría a nada en el caso de continuarla. La cosa iba de política y ya se sabe que hablar de política supone la posibilidad de levantar incendios a la vuelta de cualquier esquina. Conoces a una persona desde hace décadas con la que tienes una relación cordial, introduces uno de estos temas y como no haya acuerdo ya la tenemos liada, sapos, demonios, rayos, truenos, todo es posible. Deberíamos llevar encima un sistema de alarma que se disparase en el momento en que una de estas situaciones pudiera darse. Alarma, pies para qué os quiero en el instante en el que el peligro pudiera merodear la conversación, porque es obvio que personas agarradas a ciertas convicciones puedan enloquecer y sacar a relucir su ser irracional en las cercanías de cualquiera de estas situaciones.

El razonamiento que utilizaba mi interlocutor es algo que he visto usar con mayores o menores variantes. Últimamente fue en relación con algo que alguien había escrito en donde abogaba por votar a IU por encima de otro partido. El título del artículo, un conjunto de ocho o nueve palabras, contenía tres faltas de ortografía. Cuando a la persona que lo había compartido, francamente muy identificada con IU, le hice observar qué podía significar el hecho de hacer un largo análisis sobre algo encabezado con tales errores, enseguida me contestó diciéndome que probablemente Cospedal o Bárcenas o cualquier otro del amplio anecdotario de sinvergüenzas del PP no cometían faltas de ortografía y sin embargo… Ergo, para defender a su articulista, porque ambos eran de IU, venía a decirnos que entre una persona culta y otro no tal culta él podía dar su apoyo al segundo aunque este último no supiera hacer una o con un canuto; lo que daba consistencia al argumento de este era el hecho de que fuera de izquierdas. Cuando tan pobremente dejamos a un lado el combate de las ideas para conformarnos con dar el visto bueno a un análisis por el hecho de que proceda de tal o cual partido estamos haciendo un flaco favor a nuestra inteligencia y a todos aquellos que puedan oírnos. Cuando una persona no es capaz, por ejemplo, de ver la diferencia entre el verbo “haber” y la expresión “a ver”, o cuando confunde “echo” de echar con la palabra homónima del verbo "hacer" uno necesariamente tiene que dudar de las posibilidades que tiene esa persona de confundir otras cuestiones más complejas relacionadas con el hecho político. Naturalmente son ejemplos y ya se sabe que el que tiene boca se equivoca, pero para una persona acostumbrada a leer durante toda su vida no es difícil hacer una radiografía de otra a partir de un corto texto, pese a esa posibilidad siempre plausible de equivocarse.


La cultura nos hace libres. La capacidad de analizar es una imperiosa necesidad que necesitamos adquirir si queremos contribuir a construir una sociedad mejor, si queremos deshacernos de la esclavitud que supone ser engañados durante generaciones por los cretinos de siempre a través de argumentos falaces o simple mentiras vertidas en los medios, ser engañados por los políticos de cualquier partido, por los que se ceban en la ignorancia para obtener votos con que conseguir fines espurios. No seremos buenos ciudadanos mientras nuestra educación sea insuficiente como quiere ahora el PP; nos quieren carne de cañón; es erróneo hacer desaparecer la filosofía de los planes de estudio para convertir la educación en un exclusivo medio de formación profesional. Como si ello constituyera el fin esencial de nuestra formación humana, máquinas para producir más y generar más beneficios para a ese diez por ciento que acapara la riqueza mundial. Eso quieren ellos, cuanto más incultura mejor, cuanto más incultura más fácil hacer de la población un sumiso rebaño, esa mayoría silenciosa por la que Rajoy aboga miserablemente desde el principio de la legislatura.

Pasé treinta y tantos años de escuela escribiendo en caracteres de medio metro en las paredes de mi aula la palabra “pensar”. Pensar, desarrollar la curiosidad, cuestionar todo, que el sentido crítico sea una bandera siempre alzada en lo alto de nuestra consideración. Pensar, desarrollar el intelecto, eso es cultura. Todo el mundo sabe que no es eso por lo que se trabaja en este país, basta ver los datos de máxima audiencia de la televisión, comprobar qué es lo que aparece continuamente en los trending tópic de Twitter para comprender el nivel de cultura en que andamos metidos. El otro día aparecía en el periódico que un cuarto de la población en nuestro país todavía piensa que el sol da vueltas alrededor de la Tierra, vamos, como en plena Edad Media, como en los tiempos de Galileo.




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