El último invierno


“Con el acreditado procedimiento de decir que se reescribe o reproduce tal cual un manuscrito hallado. Aquí, claro es, puesto que de personaje de estos mismos días se trata, el manuscrito es sacado a verde pantalla por la hija del finado, de un conspicuo disquet. El protagonista ha vivido la lucha, la ilusión, la esperanza del tardofranquismo y la transición. Se supone que también el consiguiente desencanto diluido en toda la crónica nacional que el relato conlleva. Vivir a pleno pulmón de deportista, con sus hazañas de ascensiones alpinas, y la admiración de sus fraternos héroes. Inquieto escolar, con sus recorridos por España y toda Europa en un destartalado doscaballos, en compañía de otra que tal y buena moza, que le gusta a rabiar, pero refractaria, inexplicablemente en tan prolongada intimidad, a dejarse tocar un pelo. Muchas aventuras de amor, de viajes, de ilusionada gestión humanitarista y cultural, de intensa relación familiar: Esa hija que decidirá publicar el manuscrito -no muy conforme con su retrato en él- y esa su esposa, Berta, a quien había inculcado la libertad que él mismo ejercitaba a todo trapo, pero a cuyos efectos, ¡ay!, el absoluto abandono conyugal, no pudo sobrevivir. Sin duda su desaparición es el suicidio por ello. Eligiendo una de las alturas pirenaicas que le fueron favoritas. De la que escribiera, él mismo cuan hermoso sería tal lugar para morir.

Tanta vocación solidaria ocultaba, como en el colofón escribe su hija, un espíritu solitario. De este modo, El último invierno, podía entenderse que todo el relato, la confesión, el reflexivo y ambiguo memorial que constituye este libro, este supuesto documento confesional, es el drama y al mismo tiempo la exaltación felicitaria de un solitario irreductible que se expresa en las manifestaciones apasionadas de fervorosas, incidentales e reincidentes camaraderías, sus relaciones con los demás -sean amantes, colaboradores, colegas, conmilitones, amén de su esposa, hija, hermanos etc.-, con el temor a ese compromiso de axial y rendida univocidad que llega a dejar "su cuidado -como diría San Juan de la Cruz- entre las azucenas olvidado".

Todo, escrito con ágil, bella, madurada prosa que a veces exagera su espontaneidad esmaltando, abusando a ratos de coloquialismos de bajura que no responden en todo momento -como ahora se da en casi todas las novelas, en el teatro, en el cine- a las estrictas necesidades del guión que los clásicos seguían y Cela entre sastres reinventó, en toda su eficacia y pureza verbal.

No conozco otros escritos con esta firma, pero se advierte una mano bastante experta en relatar, describir, decir cosas bien pensadas, bien experimentadas o intuidas. Por ello, es recomendable la publicación, con vistas al incremento de la parrilla para esa carrera de la más nueva narrativa bullente.”


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