Cuerpos




Mañana de melodía de cuerpos. Estoy solo, me despierto con el concierto para clarinete de Mozart, le sigue Harold en Italia; la mañana, plena de luz, entra por las ventanas. La música del cuerpo, exagerada, convulsiva, compleja, como las notas de una melodía lejana que acerca la brisa para acariciar el espíritu; suave, desaforada, impulsivamente contenida como un arroyo hinchado por la lluvia a punto de desbordarse. Sigue La Pasión según San Mateo de Bach tronando por toda la casa, hago gimnasia, me afeito, atiendo el teléfono, pongo un poco de orden aquí y allí. Estoy solo. Es hermoso estar solo y tener la carne así de fresca.




Imaginaba el cuerpo de una alpinista que escaló en solitario la cara norte del Eiger; cuerpo exquisito y disciplinado, música de muchas y apasionadas notas, el cuerpo como centro del universo -continúa sonando La Pasión-. La voz también es cuerpo, como la mirada y el tacto; el cuerpo oído, el cuerpo luz, el cuerpo tacto contemplando la mañana, las hojas balanceantes de los sauces, el tránsito por el azul del cielo de largas nubes blancas.




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