Desde el vacío posnatal


Esta mañana, tras el bullicio navideño, me encontré algo perdido; hago el esfuerzo por arrancar con cualquier cosa, por ordenar mis ideas. Leí hace días que somos en el anhelo y la ilusión; solamente ellos expresan lo individual. Nuestros anhelos expresan lo individual, pero ¿en qué consiste lo individual? ¿Realmente lo que digo, lo que siento, lo que escribo expresan lo individual? ¿Soy yo y la expresión de mi individualidad la misma cosa? ¿Puedo ser yo algo diferente a lo que se expresa en mí? ¿Y eres tú, el otro, algo diferente de lo que se expresa en ti? ¿Y si tú, el otro, eres lo que expresas de ti, donde coexisten manifestaciones tan contrapuestas, cómo se hace posible la convivencia de la disparidad?

Desierto de Atacama, Chile

¿Qué mundo es este que vivimos en cualquier relación? ¿Qué hace que después de tanta historia de factura de apariencia infantil sigamos dando vueltas un día tras otro a la misma loca rueda de las reiteraciones? Hablé en un blog anterior de las fijaciones que en el cerebro se producen como consecuencia del miedo; con estas cosas quizás suceda algo parecido. Nuestras necesidades son complejas y el cerebro parece ser una herramienta que como buena madre, cuida de nosotros y de nuestros desvalimiento; y de la misma manera que nos alerta frente al peligro mediante el miedo, nos crea el dolor del anhelo, la angustia de la separación. Nuestra condición de huérfanos —tarde o temprano somos huérfanos, una mañana, una noche, que después se disolverán en el encuentro con los otros, un instante quizás que subyace dentro de nosotros— tiene necesidad de un regazo materno, un amor, la fusión en el Todo que puede estar representada en la unión de dos cuerpos. Y cuando ese regazo peligra, la inquietud hace su aparición. Regazo, madre, amante, el Todo universo. Sentimiento de orfandad y de soledad. Tras la eclosión de la Navidad, el silencio matinal, las dispersión de amigos y familiares deja a cada uno consigo mismo, nuestro yo vibra en el frío del invierno buscando razones de ser en medio de ese silencio que siguió al bullicio, a las risas, a la alegría del encuentro.

¿Seguimos dictados ajenos a nuestra voluntad? ¿Estamos sometidos a nuestra biología, que por caminos intrincados y complejos tira de unos hacia otros, intenta protegernos de la soledad ominosa, de la orfandad creando vínculos ardientes, haciendo una tarea paralela, aunque diferente, a esa que hizo la Iglesia Católica con sus formulaciones de contrato matrimonial? El anhelo y el amor protegen nuestro organismo del peligro del sin sentido de la vida. Dado que la vida no tiene sentido globalmente, como no sea la de contribuir al ciclo energético con nuestras cenizas, ésta, mirando por sí misma, atiende a su propio loco negocio de reproducirse a sí misma haciendo de nuestro organismo un deseo continuo de pertenencia a otro; lo que alivia no poco nuestra soledad, amén de proporcionarnos un maravilloso y amoroso estímulo que pone en juego todo nuestro organismo, creándonos en vida esa hermosa sensación que enunciaba Santa Teresa de Jesús, de vivir sin vivir en mí.

Desierto de Atacama, Chile

Y si hoy escribo es porque deseo aclararme; saber que le busco al deseo un lugar al sol, un espacio donde poder templar la guitarra para cantar a la vida su pujanza y su ardor. Sí, aunque la quimera de compartir dejara de existir; sentir que los anhelos acaso puedan ser sólo de uno sin necesidad de tener que someterse al grave riesgo de las turbulencias no correspondidas. Al fin de cuentas un anhelo es algo que existe en el cerebro de quien anhela; el anhelo crea poemas y obras de arte, el anhelo es fuerza y vigor. Quién sabe si será posible vivir sólo en la estanqueidad del anhelo, más allá de lo que anhelamos. Acaso sí. Lo que expresa la individualidad y el anhelo es una fuerza que puede empezar y acabar en uno. Algo así sucede en los impetuosos cataclismos de la naturaleza, en la magnífica expresión que hace de una tormenta un maravilloso e inolvidable espectáculo.



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