El acercamiento a la comprensión de los mecanismos de la vida parece estar frecuentemente teñido de un halo de tristeza y de irremediabilidad. Pasear por el campo lleno de niebla de esta mañana me produce una sensación de luminosa percepción de
Sin embargo con qué extraña locura pretendemos salvarnos del vacío, esa que llamamos estar enamorado; un raro conglomerado de coincidencias en donde además del feeling, el amor y la huida de la soledad, la lástima y la compasión pueden formar una parte ineludible de ella. Fall in love, enamorarse, caer en el amor, ser atrapado por la imagen, percepción, idea de un hombre, una mujer, y ver entonces crecer el anhelo; anhelo, sustancia, fuerza magnética, tensión. Convertirse en tensión irremediable ya mismo, pero sin dejar de saber que acaso más allá de la tensión sólo existe otra nada. La volubilidad del tiempo y las circunstancias se encargarán de ello. ”Como mucho, el amor, no es sino un deseo demente por aquello que huye de nosotros”. Y cita a su vez Montaige a Ariosto, en Orlando furioso, “Igual que el cazador que persigue a la liebre, por el frío y por el calor, por los montes y valles; sólo la estima cuando huye y la menosprecia cuando la tiene”. Ninguna cita ni razonamiento sería capaz de expresar al completo estas cosas, pero sí ayudan a percibir alguna de la materia de que esta hecha la razón de nuestra zozobra y a observar cómo la irracionalidad campea a veces por nuestro ánimo de la mano de una ciega fuerza motriz que, nacida de lo hondo de nuestra biología para atender a sus necesidades más primarias, se desparrama por nuestro yo, arrasando con su calor, su veneno, como un río en tempestuosa crecida que arrasara los campos circundantes, otras partes del alma que quedan así estimuladas inútilmente por la ciega química del anhelo.
Quizás nuestro destino en la vida consista en paliar la infelicidad de los demás y de ahí que el amor, de hacer caso a Ciorán (“El amor es tanto más profundo cuando se dirige a seres más infelices... Me atrae la infelicidad de los otros como un ejercicio de mi amor”), sea de alguna manera un ejercicio de caridad, con lo que entroncaríamos con el concepto de caridad cristiana del Evangelio. ¿Estaríamos hablando de otra clase de amor?
Y sin embargo, siendo lo que fuere ese amor, anhelo, tensión, ejercicio de caridad, qué triste puede ser mirarle a la cara en un día de niebla como éste y encontrar que la persona que fue objeto de ese sentimiento podrá ser con el tiempo sólo un fantama de lo que fue (“No existe una tristeza más profunda que la de amar a un ser que no merece nuestro anhelo.” Musil, Diarios).
¿Y entonces? Entonces nada, la niebla sigue ahí, campando a sus anchas, susurrando sus verdades, llenando la mañana de una belleza magnífica e hiriente. Una bandada de estorninos se posó sobre el sembrado. La vida continúa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Comentarios