La vuelta a la rutina

El Chorrillo, 2 de octubre

Esta mañana echo una ojeada a los blogs que me han servido para ir contando algunos pormenores del viaje último, más viaje mental en muchas ocasiones que relato de lo que propiamente sucedía a mi alrededor, y me encuentro enseguida con la satisfacción de quien ha cumplido con un interesante trabajo. Me asombra la cantidad de temas que ha suscitando el hecho de andar de un lado para otro.

Caminar o viajar durante mucho tiempo ayuda a mirar desde una perspectiva un tanto peculiar. Desde ella da la impresión de que la jerarquía de los asuntos de la vida se alinearan prioritariamente alrededor de unas pocas constantes donde lo anecdótico, esas bagatelas a las que aludía el otro día, del poeta Carlos Marzal, quedan relegadas a su mínima expresión. Y como los asuntos no son ni numerosos ni mucho menos infinitos, no es difícil que suceda que la sencillez y la simplicidad de la vida se le aparezcan a uno como una especie de Tierra Prometida en perspectiva.

Quizás por ello sean importante los momentos de inflexión, esos instantes en que la percepción se corresponde más con una visión del mundo intuitiva que racional. Escribo en la parcela envuelto en el jolgorio de los pájaros. Los perros están a mis pies; el día, nublado, exhala un no sé qué de tranquila comprensión de las cosas; este bullicio, todo lo que me acompaña en esta tarde solitaria, aves migratorias, o quizás bandadas de estorninos en busca de las últimas uvas, emitiendo su acostumbrado piar alargado y multitudinario, hablan también este lenguaje; es la vida que se manifiesta: vibraciones sonoras, luz, estímulos que estando en el aire llegan a mí con vigor, pero simple, sencillamente, como una caricia en esta tarde; pleno presente colmado de árboles y arbustos, de pájaros que hacen poco más de lo que hacemos nosotros, charlar, cortejar, acudir al bebedero, alimentarse, incluso tomar el baño en el charco que se ha formado bajo un aspersor que pierde agua.

...Sin embargo llega el momento en que nos encontramos con el mando a distancia en la mano y apretamos inevitablemente la tecla que pone en funcionamiento el dichoso aparatito.

Hoy, siguiendo con las prioridades de los arreglos caseros a los que tengo que atender durante estos días, andaba poniendo orden en el desbarajuste de cables que conectan vídeo, televisión, ordenador y amplificador, y tuve necesariamente que oír algunas cosas que aparecían en la pantalla. Me rechinaban los dientes, hablaban del rey, de Zapatero, de un tal Zaplana; y un señor gordo peroraba con suficiencia de lo que debe o no hacerse, de lo poco que había alabado a la realeza aquél en relación a sus grandes trabajos realizados (el rey, claro -?-) por llevar adelante la democracia en España; se extendieron sobre chismes innúmeros: terrible, me daba vergüenza ajena. Luego, continuando con los arreglos, abrí la web de El País mientras comprobaba la configuración del sonido del ordenador; en el ángulo superior derecho aparecían un tal Aznar y un tal Bush, que tienen cosas muy privadas e importantes que decirse; en toda la página apenas había algo que mereciera la pena. También mirar la portada de El País me ruboriza, me hace sentirme un extraterrestre en este ambiente de mediocridad, cuando no de mezquindad si uno atiende al modo en que la derecha española y todos sus voceros utilizan los medios para ganar adeptos entre la ignorancia y el público adormecido.

Aparece en mi panorama diario desde que regresé, Javier Marías, de quien leí hace años un par de libros que no me gustaron y al que, creo, tendré que releer con más atención; el otro día en un vínculo que me mandó mi hijo Guillermo en relación con una entrevista motivada por la publicación de su último libro; y posteriormente, en un volumen que anda por casa, Donde todo ha sucedido: al salir del cine, del que ayer leí el primer párrafo, y que hablaba del ejercicio de pensar, una actividad tan notoriamente degradada universalmente. No seguí leyendo, dejé el libro aparte con la intención de encontrar un rato para él. Javier Marías también ha arremetido últimamente contra la mediocridad que vivimos en este país; sí, el poco uso que se hace de eso que tantas veces escribí durante años en la pizarra de mi clase con letras de medio metro: pensar. Una tarea excesivamente ardua en

ocasiones; circunstancia que aprovechan tanto los medios como los políticos y todos aquellos que quieran sacar tajá de una situación que requiere que los receptores no ejerzan excesivamente su facultad más propia. Los medios (digamos que la mayoría para no incurrir en un principio de generalización), en lo poquísimo que he podido comprobar estos días, parecen dirigirse a los lectores o telespectadores como sí se tratara de un atajo de disminuidos mentales dispuestos a creerse todo lo que les dicen, listos a tragarse todas las simplezas que les llegan, animados a entretener la vida con el burdo juego de los chismes.

De la misma manera que no es lo mismo un ciego que uno que ve, no parece que sea lo mismo uno que piensa que otro que no lo hace, aunque ambos tengan el idéntico derecho al voto; de donde se deduce que siendo el que no piensa más fácil de convencer que el que sí lo hace, es de perogrullo que el discurso intencionado, sea cual fuere, ha de ser dirigido a aquél y no a éste, si de lo que se trata es de vender algo, sea un producto o un partido político; de ahí que la ciencia política y económica haya de servirse en grandes dosis de aquella parte de la psicología que posibilita conocimientos adecuados para manipular a las personas.

Dos realidades, la del propio mundo, a veces cabalístico, difícil de definir, pasional, necesitado de saber de sus intereses esenciales, y otra de charanga y pandereta (entonces devota de Frascuelo y de María, y de espíritu burlón, y hoy, además, tristemente monárquica), otra de charanga y pandereta cicateramente empeñada en mandar o vender, que no sólo le trae al fresco una saludable capacidad crítica del ciudadano, sino que trabaja asiduamente más bien para anularla. La basura que he visto y oído estos días en los medios, confirman la necesidad de tener a mano unos buenos tapones de cera que eviten que el ruido de la televisión me saque de la lectura o de ese dolce far niente de que se alimenta mi ánimo bajo los árboles de mi parcela.


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