Mataharis

El Chorrillo, 12 de octubre
“Mataharis nace de la idea de hablar de nuevo de hombres y mujeres, de sus relaciones y de lo que las sostiene, algo tan frágil y tan fuerte como es la confianza.” Iciar Bollaín
Esto es una buena película, una mirada simple y profunda a la vida cotidiana; hacer recorrer la cámara sin miedo por la realidad, incluso por esa realidad que se agota en sí misma al cabo de los años, esa relación que languidece entre las cuatro paredes de un hogar donde los geranios dejaron de regarse hace tiempo (Carmen); detener la cámara en los detalles, el cansancio extremo de Eva al final de un día de trabajo; indagar en el corazón de los personajes sorprendiendo una mirada, un gesto, una expectativa continuamente frustrada (Carmen); como quien camina por la calle o viaja en el metro mirando más allá del silencio de una mirada entretenida en un libro, el aspecto pensativo de un pasajero, los ojos de una mujer joven tristemente perdidos en un recuerdo que no puede quitarse de encima un pensamiento recurrente, y, en cierto momento se encuentra con el poder de penetrar sus rostros cerrados a cal y canto mediante una cámara que nos va mostrando alguna de esas preocupaciones que nosotros buscábamos descubrir. ¿Qué hay en la vida de la gente más allá de esa pulida superficie con que unos y otros nos relacionamos con nuestro entorno? De eso puede tratar una buena película. Pero es necesario hacerlo sin trampas, sin el recurso fácil de los estereotipos del melodrama. Un equilibrio difícil en donde se juega la diferencia entre una buena película y otra mediocre.
A menos que uno esté dormido o narcotizado por una ceguera que sólo deja ver los resultados de la liga o los programas de televisión de mayor audiencia, la vida nos coloca a todos, tarde o temprano, ante alguna situación de conflicto personal que nos persigue con su presencia, que nos hace mirar a nuestro alrededor como quien busca desesperadamente salida a un problema sin solución. Es el caso de las tres historias que se cuentan en Mataharis.
Lo que en definitiva trata de desvelar el equipo de detectives de la película es la realidad, cómo son realmente las cosas, descubrir infidelidades, saber de las posibilidades de encuentro (un anciano que enviudó y solicita los servicios de la agencia para relacionarse con una antigua novia), conocer los mecanismos de dominación del dinero, descubrir al enemigo y sus planes. Saber cómo son las cosas ayuda a elaborar una estrategia, a planear nuestra conducta, a decidir qué tenemos que hacer. Pero mientras esto sucede, las detectives que tratan de descubrir verdades ajenas, muestran a su vez su propio mundo y sus propios conflictos, en realidad el tema central de la película.
Como nos gusta el cine y, como además nadie deja de formar parte de un modo u otro de alguna de las muchas tramas que éste nos proporciona tan intensamente, puede ser buena cosa intentar descubrir algunas de las relaciones que se establecen entre el espectador y la historia que se cuenta en ese espacio mágico en que una vez apagadas las luces suceden “cosas” que tan de cerca nos conciernen en unos casos, que tan fácilmente suscitan nuestras emociones, o que simplemente tanto nos divierten o actúan como sedante sobre nuestro ánimo. El hecho de que la realidad que vemos roce de alguna manera nuestra propia experiencia personal, nos proponga conflictos adicionales, nos enseñe rincones oscuros que no conocíamos, actúe como ojo omnisciente situado en un punto de vista que desconocemos, que todo lo ve, hace que a ésta le podamos adjudicar un papel de segunda conciencia, que, al reconocerla como parte nuestra, acaso un yo interno no muy accesible en condiciones corrientes, favorece una catarsis nosotros capaz de actuar sobre nuestras disposiciones y actos. De hecho, en Mataharis, una vez nos hemos puesto al día de la situación y la hemos asumido emocionalmente, sucede como si nuestro propio yo nos estuviera reclamando el débito que todos tenemos con ciertas verdades, la confianza en el otro o con la propia moral, lo que hace que tomemos posición y deseemos que Eva comprenda a su pareja, que Inés abandone el caso que le han adjudicado en la agencia y que Carmen encuentre en otro hogar una vida más acorde. Eso en el plano de la película; ahora, en el plano del espectador, ¿qué sucede? Yo creo que también sucede algo, cada interrogante que ponemos en nuestra vida, cada pregunta que nos hacemos es un acto de búsqueda de nosotros mismos, de interpelación de nuestros puntos de vista, de cuestionamiento de nuestras evidencias; y es inevitable no hacerlo en una película como ésta.
Naturalmente hay otros muchos aspectos que se pueden cotejar en un film, entre los cuales éste es uno de ellos. Desde este punto de vista una buena película es una larga e intensa conversación emocional, afectiva y racional con la obra. Y desde luego todo esto es algo que “sucede” precisamente en ese espacio de hora y media en que, sentados en una butaca en medio de la oscuridad, vivimos en cierto modo una vida paralela que no deja de estar en relación con la nuestra.
En contraste con esta proyección, la representación de Jesucristo Superstar a la que había asistido el día anterior. No son espectáculos que se puedan comparar fácilmente; sin embargo, un simple vistazo al conjunto, a la capacidad de veracidad que ambos espectáculos puedan transmitir, pese a ese esfuerzo denodado por dar verismo in situ a los tormentos infringidos a un Cristo progre y algo bobalicón, tanto que la pregunta por el cómo coño se consigue que le azoten de esa manera o le crucifiquen sin que el pobre protagonista sufra lo más mínimo, se lleva parte de la atención del espectador desde el drama que intenta representar al cómo de los efectos especiales; pese a ese esfuerzo, la película de Bollaín, en contraste, muestra que no se necesitan grandes montajes para conseguir transmitir emociones genuinas. Frente a un libreto blandito y hecho para un público bastante convencional, el realismo de Mataharis, centrado en gente corriente, consigue una hondura emocional que está ausente en la ópera; aunque ésta tenga valores por otros motivos.
Quizás lo más conmovedor de la película se centre en la historia de Eva y su pareja, ese algo tan frágil y tan fuerte como es la confianza, que escribe Bollaín. Merecerá la pena buscar tiempo para escribir sobre esto: la confianza.
Cuando vi Te doy mis ojos, pensé que era una de las mejores películas que había visto en un largo tiempo. También me sucedió ayer... sin embargo éramos cuatro personas en la proyección... inexplicablemente.





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