Hoy lunes

Verás, es una historia no fácil de contar, todo esto que sucede a lo largo del día, incluido ese cárabo que hace un momento, mientras salía a tomar un poco el aire a la puerta de la cabaña, se posó enorme ahí no más a un par de metros y me miró con sus amarillos y redondos ojos inquisitivos imaginando yo qué sé mientras le miraba un tanto perplejo, que acaso estaba enfermo y pedía clemencia, porque me observaba de abajo arriba mientras yo especulaba con la posibilidad de dar un paso atrás e ir a por mi cámara; el buho o lo que fuera, de gran corpachón y plumaje ceniciento como desarreglado, como si hubiera salido a pasear sin pasarse el peine por el plumaje; y es posible que acabara de despertar porque estas aves nocturnas si andan de pingo por la noche, a alguna hora tendrán que dormir. Total que puestos a contar uno no sabe muy bien por donde empezar, porque aparentemente todo es un poquitín anodidino, sin chicha ni limoná; eso en apariencia, porque si al final de la tarde, esta misma que atraviesa con su luz un tanto tamizada por la copiosa lluvia de ayer la parcela, porque sí, porque la luz cuando se posa sobre un campo húmedo tiene una calidad muy especial, o quien lo tiene acaso es el campo y la vegetación tierna y como recién estrenados; al menos eso parece. Ejemplo al canto: levantarse y notar el cuerpo un tanto entumecido, cosas que quizás sean de la edad; no importa, para todo hay remedio; me voy a la alfombra de la biblioteca y hago unos cuantos ejercicios de estiramiento; uf, mis piernas están realmente agarrotadas; cuando me levanto me encuentro algo mejor, sin embargo. Entonces voy y me bajo a ver el ordenador que se había quedando haciendo una copia de seguridad, a ver qué pasaba; no pasaba nada, en ello estaba. También había dejado bajando unos archivos sobre cantos de aves; miré y efectivamente allí estaban. La parcela estos días está especialmente llena de sus cantos así que preví que podría investigar a ver quienes eran los que trinaban en los alrededores de mi casa; ya que raramente veía a uno en el momento de cantar, investigaría con esta guía. Fue cuando descubrí que nuestro visitante de estos días, día y noche como un enamorado impenitente, era un ruiseñor.


Me fui con el cuento a V y estuvimos comprobándolo, sí, un ruiseñor. Estas cosas deberíamos aprender en la escuela, sobre estos animalejos con los que convivimos a diario. Probé con el mirlo, el petirrojo, la alondra, la urraca y después de comprobar la calidad de estas grabaciones me fui un rato a pasear por la parcela, contento por saber quién es nuestro acompañante estos días.

Compruebo el trabajo que hice la tarde anterior despejando un pequeño paseo que las arizónicas habían invadido; todo está bien. Es una mañana agradable aunque un poco fresca, el sol cae como en invierno brillante y acogedor. Paseo de un lado a otro de la parcela, me gusta mirar este espacio de vegetación tan especialmente agradable; pero en seguida empiezan a despertar recuerdos que sé que me van a dejar hecho una caca (caca, olita roja debajo que te crió... qué púdico es este Word). No importa, me digo, no le vendrá mal a la mañana un trozo de melancolía, esa cosa con la que tanto se puede fabricar un poema como unos nocturnos para piano; sin ella no tendríamos a Chopin, y respecto a la poesía seguro que nos quedaríamos a la luna de Valencia si alguien arramplara con las plusvalía que deja la tristeza. El caso es que me siento en una de esas sillas de resina blanca que andan esparcidas entre los árboles y me pongo a tomar el sol tan ricamente; mi ánimo no es de sapos y culebras esta vez, que razón habría para ello pensando en determinada persona, más bien mira con bondad y cierto agradecimiento al pasado, pese a que haya cosas, ya se sabe, que no tienen solución. Por tanto hoy toca apencar, paciencia. Pero es que es tan agradable este tristecontento matinal... Así las cosas de repente me acuerdo de cierto escote que dio mucho juego a mi hipófisis un día que caminaba sólo por el Pirineo francés, y entonces tiro de la cuerda poco a poco y dejando mi tristecontento y mi pena a un lado me vuelvo a la cabaña y me lío a teclear algo sobre aquel agraciado día, que poco a poco me llena el cuerpo de sensualidad. Un par de horas en total, incluido el tiempo de apañar algunas fotografías que acompañen al texto. Hoy ya he hecho algo por la patria, me digo; por una parte he dado salida a ese arranque mío de escribir y por otra he recreado un momento interesante de la memoria, cosa que conviene hacer de vez en cuando con los hechos notorios J a fin de que éstos sigan frescos en el recuerdo sea ello por cuestión profiláctica o mejor para poder sacarle el jugo al pasado que lo merezcan. Bendita (esa palabreja...) memoria que nos trae de vez en cuando también el sortilegio de un plato de gusto servido inesperadamente ahí en mitad de la mañana para que uno haga con ello un poema, o mejor todavía una fiesta a costa de las neuronas soliviantadas.

A esto ya había pasado un buen trecho de la hora de la comida, que hoy estaba solo en casa y no había prisas para comer; cualquier cosa rápida me serviría. Tras el café no encontré mejor tarea que sentarme en la cabaña con los pies en alto a contemplar el paisaje; naturalmente, después de marear la perdiz con alguna reiteración, terminé durmiéndome; sólo un rato; después abrí los ojos, moví un poco los hombros y alargué la mano hasta alcanzar el volumen de Peer Gynt. El héroe noruego se había ido de parranda con tres jovencitas que se había encontrado en el camino y cuando despertó no sabía donde estaba. Me gusta este personaje que como un niño grande tanto vuela en los lomos de un ciervo sobre los fiordos noruegos que enamora féminas o baila hasta caer roto. No le pega mucho este personaje a las serias e imponentes patillas de Ibsen. Por cierto que va siendo hora de que escuche la versión de Grieg.

Ahora ya anocheció. Entreverada en la música de Peer Gynt oigo desde hace un rato un piii piiii insistente, y como hoy ando detrás del canto de los habitantes del lugar, salgo a la parcela en la oscuridad, porque ahora suena muy cerca, y justo en ese instante veo cómo el mochuelo de hace un rato planea en el aire y se posa sobre la chimenea de la casa. Su piii es contestado desde el fondo de la parcela por otro piii. Esta vez me dio tiempo a sacar la cámara y hacer una toma precipitada. Me fui al ordenador, no era búho ni cárabo, se trataba efectivamente de un mochuelo. No te acostarás sin saber una cosa más.




Sobre mi mesa de trabajo está el programa de mano de la exposición de Modigliani que visité el otro día. Mirando un cuadro de Matisse, Conversación bajo los olivo, algo efímero y corriente, una conversación de dos mujeres, paraguas en mano bajo las ramas de los árboles, un bello cuadro, pensaba en ese otro hecho efímero de la aparición en mi mañana de hoy de los bonitos pechos de la francesa del Pirineo y hacía conjeturas sobre la cotidianidad y el arte. Recordaba aquel cuadro de Picasso titulado Siesta , que tanto me gusta, esos instantes aparentemente baladíes que llenan nuestras vidas y les da consistencia y buen ver. En realidad el hacer del artista consiste frecuentemente en tomar del mundo retazos de realidad, instantes recuperados del efímero ser y desvanecerse en un presente de visto y no visto, para con ello crear un producto cuyas características a partir de entonces serán la permanencia no sólo como duplicado de la realidad sino como un valor añadido al instante en sí, que a partir de entonces llevará el sello de nuestra mano, nuestro ojo, nuestro modo de ver; el instante conservará lo que añadió nuestra emoción, nuestra pericia al representar no sólo el objeto, la situación, sino la parte de la emoción que quedó anexada a la belleza del instante y que el artista intentó recoger. Lo que rescatamos y plasmamos en la palabra, la pintura, la fotografía, es con mucho más de lo que el hecho, la luz del momento representó en determinado momento. De la arcilla informe hacemos arte, convertimos el instante en un joya; lo que hacemos es incrementar sus resonancias, su capacidad de producir placer y emoción, que como los ecos de una campana nos recuerdan nuestro débito con la belleza y con el hecho creador.

Respecto a Modigliani, que tanto me gustaba antes, me dejó una impresión en la que se echaba en falta una fuerza que quedaba con mucho repartida en un decorativismo agradable pero carente de ese no sé qué que ahonda nuestra emoción cuando vemos, por ejemplo, los últimos cuadros de Goya o la delicada suavidad de la atmósfera de las pinturas de Cezanne. Esa preponderancia de cuadros de desnudos y retratos quizás deja ver en exceso la parte de producto que busca su hueco en el mercado; los retratos son una fuente de ingresos; su marchante le sugiere un tema, un producto con posibilidad de salida: los desnudos, y eso pinta Mondigliani. De todos modos lo que más me agrada sigue siendo el resultado de la investigación de ese estilo nuevo que simplifica las formas y los colores y deja un cierto sabor de sensualidad en sus temas. ¿Frescura, sensualidad, simplificación cromática?, quizás fuera lo más atractivo de las dos exposiciones que se exhibían en Madrid. El trabajo de forjar su propio estilo se hizo imperativo, pero quedó ahí. De todos modos entre los noventa y dos años que vivió Picasso y los treinta y seis de Modigliani habría quedado más de medio siglo de seguir creando algo realmente sugestivo.

Me queda todavía un buen trozo de noche; quizás aún mire un rato en la oscuridad mientras en la noche se cruza el canto del ruiseñor, el del mochuelo y también unas canciones de Grieg, ya que tocó a última hora pasearse por Noruega.

El ruiseñor ya está ahí de nuevo, se le oye nítido y potente tras la voz de la soprano interpretando Seis canciones para voz y orquesta.







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5 comentarios:

  1. Me encanta: muy poético, por las imágenes, las palabras y los trinos especialmente...a veces la música nos acerca más que la literatura o la pintura.

    Lucía

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  2. Muy poético, sí señora ( oseñorita) Lucía. Si no fuera porque un servidor estuviera de vuelta de todo y no supiera que todo, cualquier canto del Hombre, esconde una enorme mentira en forma de vertedero de basura. Usted perdone, pero visite las páginas de toda la miseria humana, desde el hambre primitiva, primaria, a la más obscena de las soledades. Todo mierda,con perdón.
    Se ve que es joven, se ve que la vida no la zarpeó aún.

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  3. No es un ruiseñor, que es un mirlo. Negro, pico amarillo. Difícil de ver entre el follaje. Canta noche y día; el ruiseñor no es nocturno.
    Cante a lo que cante, qué más da. Canta al espejismo que es la vida, hermosa mientras es: hermosa cuando se va. Vida al fin y al cabo.

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  4. Mal para ese que dice algo tan tremendo de la vida. Que pena pensar asi.
    Soy la del mensaje del mirlo. Me da penita gente así, palabra.

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  5. Carajo, pardiez, señor anónimo (o anónima), con esas palabras no hace falta ser muy avispado para adivinar que la vida le ha tratado mal o que equivocó su camino (que creo que es lo más probable). Una opinión tan solo. Y de mierda nada, usted perdone. Sólo que las cosas de tanto en tanto se ponen difíciles, pero eso sucede desde antes del paleólitico; desde entonces ha habido mucha gente que ha currado para que las cosas no sean tan negras... (aunque siempre haya habido mucho cabrón suelto). Después de haber visitado las páginas de la miseria debería visitar las páginas las otras... que son muchas, apasionantes y llenas del gusto por la vida.
    Ah... y es un ruiseñor. A los enamorados no les importa el día o la noche, viven su locura en cada momento del día. Eso le sucede al ruiseñor de mi parcela, está loquito de amor y no para de celebrarlo. Feliz él... qué envidia.

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