Una póliza de seguros
Hoy me compré un coche, sin embargo la cosa más notoria del día no fue la adquisición de una máquina con ruedas sino el encuentro en la compañía de seguros con una belleza muy particular, tranquila y amable que como el más bello de los amaneceres atendió durante quince minutos la gestión de nuestra póliza. Uno, que está habituado a empaparse con los muchos apasionantes atractivos de la naturaleza, no podía por menos esta mañana que atender a duras penas a la formalización de la póliza ocupado como estaba en acaparar dentro de sí aquel inesperado tesoro salido de una aséptica oficina de Móstoles. Cuando se camina la cosa viene lentamente, te despiertas, abres los ojos y si el día es particularmente atractivo tienes oportunidad de poco a poco ir asimilando el pequeño milagro de la mañana asomando por el horizonte o rociando de ámbar las cumbres vecinas o tintando el espejo de un lago con el baile de las primeras temblorosas luces. Ese tiempo mientras recoges el saco de dormir o la tienda, o cuando asomas por un collado y las luces y las sombras se confunden unas dentro de otras en el rodal de un tango; todo lentamente como un espectáculo fabricado por la naturaleza para el solitario que tuvo la suerte de encontrarse con un momento privilegiado.
Bueno, pues esta mañana fue diferente, algo repentino sin los prolegómenos de la expectación; atravesamos las puertas batientes, entramos en el frescor del aire acondicionado y nos dirigimos hacia un biombo tras el cual parecía que alguien podía atendernos. Ella hablaba de pies con un individuo de aspecto corriente, sonreía levemente, amablemente. No reparé entonces, esperamos con paciencia y cuando el hombre de pelo entrecano y leves entradas se despidió dimos los buenos días y nos sentamos frente a ella. Ella era inquietantemente hermosa, de facciones perfectas, en el iris de sus ojos azules jugaba la sonrisa amable y servicial, nada afectada, todo lo bellamente natural que puede ser un trozo de naturaleza engalanado con los mejores atributos que el Creador supo poner sobre ella. Las explicaciones sobre las distintas posibilidades de asegurar un coche se alargaban sin ningún esfuerzo como un recitado. Yo no tenía ninguna necesidad de más información pero era necesario hacer algo para prolongar el momento, la posibilidad de mirar de frente aquellos ojos hermosos, aquellos labios como fruta madura adornando la mañana, llenándola de sentido, salmodiando la necesidad de seguir viviendo para poder tener la ocasión de poblar de belleza nuestros ojos deseosos de maravillas. Y es que hay rostros, gestos, leves sonrisa, cuerpos femeninos que deberían ser patrimonio del acerbo cultural y natural nacional. Hay tanta belleza que anda suelta por ahí, que ahora que decidí refrenar un poco mis ganas de encontrarlas de la mañana a la noche entre los sembrados, las montañas o los ríos, quizás deba proponerme seriamente levantarme cada mañana para ir a coger el tren de cercanías o el metro o pasear por Preciados, o sentarme en la terraza del Círculo para recoger, como amante de la naturaleza que soy, en mi platillo de mendigo de belleza, esa otra hermosura que llena el mundo, las aceras o las compañías de seguros. Tan encantado quedé del espectáculo que estoy dispuesto a comprarme una docena de coches más, no sé, cualquier cosa que me sirva de pretexto para presentarme unas cuantas mañanas más frente a aquella mujer que convirtió una hora de aburridas gestiones en uno de los espectáculos más espléndidos que pueda contemplarse.
No, nos perdamos, poco tienen que ver el desfile de actrices, de modelos, de bellezas profesionales con esto que me sucedió esta mañana. Aparte de que con frecuencia Hollywood vende un género de belleza “deslumbrante” que con serlo mi paladar no aprecia, hoy se daba la circunstancia de la cercanía, la espontaneidad, la sencillez; todas ellas recogidas bajo el foco luminoso de una mirada atenta pueden convertir la aleatoriedad de un instante cualquiera en un momento de bienamado placer.
Gracias te damos Señor por tanta armonía, por tanta belleza, por esos atractivos cuerpos que pones en nuestro camino, por esas miradas como gotas de rocío acariciando el alma de los viandantes o los compradores de seguros de automóviles. Alabado sea el Señor porque hizo de su reino terrenal un vergel. Amén.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Comentarios