Primer fuego de otoño




Estar permanentemente en tensión, haciendo un post, un porche, esbozando un proyecto, ese parece ser el modo común de funcionamiento de algunos organismos. Como carnaza puesta ahí a cada instante, un proyecto, un libro que leer, algo que resolver, que no haya descanso, siendo arrastrados, apenas sin que caer en la cuenta, antes de que podamos reflexionar sobre la conveniencia o no de ello.
..

Decir aquí estoy, este es mi trabajo, como el niño que tira de los pantalones a su padre queriéndole decir con ello, oye, que estoy aquí. Así de pequeñín es uno a veces. Uno parece perder en cierto instante el rubor de la propia intimidad a cambio de que alguien, a veces un desconocido en la otra parte del mundo, sepa de la propia existencia. La necesidad de los otros aun viviendo en el rincón más apartado de la propia soledad. No reconocer esto sería no hacer justicia a la verdad. Me conmueve este tipo de verdades que uno va descubriendo en la zona tangencial de sus motivaciones. La necesidad de los otros y de su reconocimiento parece dormir dentro de uno mismo agazapada, mimetizada como una verdad que no tiene vuelta de hoja.


Llovió toda la noche. Parece otro tiempo. Miro algún blog. Alguien que escribe desde el distrito de Chiapas. El caso es que indagando por ahí me encontré con que un bloggero del sur de Méjico había utilizado una de mis fotos para su blog; y entonces me fui a investigar y me entretuve un rato. El bloggero tenía un alias un tanto rimbombante pero me gustó lo que escribía. Miro de vez en cuando lo que la modernidad fabrica por ahí y con frecuencia me encuentro algo sorprendido, acaso desfasado, nombres y adjetivos que desconozco que vienen de la jerga informática o de una realidad que no visito. Pero no pasa nada. La foto era de un paisaje revestido de inmensidad al norte de Canadá; lo atravesaba una pista de macadán que cruzaba la desolación de setecientos kilómetros totalmente deshabitados.



Otros mundos, lo siento ahí, atractivo, lejano, el mundo explotando otras posibilidades. Tendría que ver si bajo esa diversidad visual y sonora viene a moverse el mismo fondo en el que todos nos movemos como buceadores silenciosos en el verdor marino de nuestras emociones. Y me parece que sí, que todo es muy parecido bajo las diferente envolturas con que la edad o los tiempos que corren hacen aparecer la realidad. A fin de cuentas pertenecemos a la misma especie biológica.



Ella enfrentó su emoción críticamente, decía ayer Ana, la protagonista de El cuaderno dorado. Acaso, aunque se corre el riesgo de que las emociones rehúsen ser observadas y se conviertan en otra cosa en razón de la mirada que les observa. Las emociones no carecen de rubor, quizás prefieran la puridad de su ser espontáneo y salvaje; nada de limitaciones ni observadores inoportunos.


Ya me encontré con la palabra algunas veces, podcast; Wikipedia me ilustra, quizás experimente con ellos, tiene mucho que ver con mi nueva forma de leer oyendo. Amo la oscuridad y el silencio, por la noche apago las luces, me siento junto a las ventanas de mi cabaña y escucho mientras mis ojos posan sobre la oscuridad, sobre las luces de pueblos lejanos, mientras que algún que otro destello de luz proveniente de la autovía cruza la noche. La voz se sobrepone a la lectura silenciosa, me sugiere la posibilidad de un autor recitando su propia obra. La voz se hace señora de la noche. La posibilidad de tener acceso a un material sonoro abundante, cada vez más prolijo en la red, me place. Tantas posibilidades y nosotros tan limitados.



Estar retenido por un lumbago que ha impuesto una pausa en mis trabajos de la parcela, ha hecho posible una mañana de andar de aquí para allá del ciberespacio. Internet es infinito, y el infinito siempre termina hablándonos de nuestras limitaciones.


Y ahora arde el primer fuego de chimenea del otoño. Hace frío, fuera sopla el viento, la cabaña empieza a llenarse con el suave calor de las llamas. Arden las arizónicas que corté la pasada primavera, un raigón de una viña que encontré el otro día frente a mi casa. Las llamas tienen la música acogedora de otros muchos inviernos. El placer de mirar al fuego, el buda sobre la repisa, el caballo rojo, un oso de peluche. Más arriba de la repisa un retrato de mujer; tras los cristales de la ventana meridional se agitan las grandes hojas de la caña índica, sus flores se yerguen todavía como llamas sobre la yesca del tallo. Gracias por este final de un hoy turbulento y lleno de dudas. Gracias fuego, gracias viento.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Comentarios