Volver cada noche dócilmente al lecho conyugal




Él es analfabeto, impotente, con la fuerza moral que da la ignorancia usa del verbo expeditivo de los brutos, rige su casa con las ínfulas de gran señor.
Ella es pequeña, imaginativa, inocente, culta. Subviene a las necesidades de su esposo, vive sin rechistar el estrecho mundo de una vida conyugal anodina y en aislamiento.
Ella un día deja de uncir el yugo que la mantiene dando vueltas alrededor de la noria y se da una vuelta por el mundo. Descubre grandes cosas, tiene encuentros significativos, se enamora, se hace escritora, recorre tímidamente los caminos de la sierra, aparecen nuevas lecturas en su mesa de trabajo, surgen pasiones nuevas, se abren diferentes posibilidades en su vida.
Tras un espacio de tiempo él encuentra que la sierva de otro tiempo es demasiado feliz para su gusto. Indaga y descubre la causa de su dicha. Aquella noche el toma una navaja y la persigue por la casa hasta acorralarla en el dormitorio. A punto está de terminar con su vida. Después, con la punta de la navaja dirigida a su pecho, la obliga a confesar, y si no a inventar cualquier cosa que mantenga vivo en él el furor del ultraje.
Cuando amanece ella huye de casa. Pero a la noche vuelve a dócilmente a la cama conyugal.
En días posteriores hay indicios de una paz imposible. Una tarde suena el teléfono de ella y él se precipita a por el móvil. Un mensaje. Nunca antes había mensajes en aquel teléfono. Toma el móvil y lo estrella con todas sus fuerzas contra el suelo. Aquella noche ella vuelve dócilmente al lecho conyugal.
Días después él toma el portátil de ella, un fiel amigo desde que ella recomenzó a escribir, y, con ella detrás rogando que se lo devuelva, sale fuera de casa, llega al coche y lo mete en el maletero, cerrándolo a continuación con llave. La llave desaparece en el bolsillo. El ordenador saldrá al día siguiente con rumbo desconocido
Ella no hace nada aquella noche, no toma una radial, un taladro, algo con que rajar el coche y recuperar toda su escritura; ella aquella noche duerme dócil junto a su marido.
Ella jura en dos ocasiones que se divorciará de aquel individuo.
Días después él amenaza con matarla a palos. Esa noche, madrugada de invierno con temperatura bajo cero, ella huye aterrorizada, con lo puesto, en zapatillas, campo a través.
Horas más tarde presenta una denuncia en la comisaría. El juez firma una orden de alejamiento. Transcurridas cuarenta y ocho horas ella vuelve por su propio pie a casa. Aquella noche dormirá junto a su marido.
Ella es ahora la fiel esposa, vive en un infierno pero es la fiel y servicial esposa que fue siempre.





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