Publicar: un laberinto



Cuento mi breve historia personal. Termino mi libro, El último invierno (ebook); con la mayor ilusión del mundo, días después contacto con un amigo que trabaja en una editorial. Éste lo hace llegar a las manos correspondientes. Espero. Al cabo de un mes mi amigo me visita. La noticia es buena y mala. Buena porque el informe es muy positivo, incluso encomiable para la obra, me da pie para seguir alimentando mis ganas de escribir, mi gozo de la escritura. Mala porque la editorial, pese al informe positivo ha decidido no publicarlo. Cuando uno tiene la suerte de que lean su obra en alguna editorial, puede llegar a encontrarse con un informe similar a éste:
“Con el acreditado procedimiento de decir que se reescribe o reproduce tal cual un manuscrito hallado. Aquí, claro es, puesto que de personaje de estos mismos días se trata, el manuscrito es sacado a verde pantalla por la hija del finado, de un conspicuo disquet. El protagonista ha vivido la lucha, la ilusión, la esperanza del tardofranquismo y la transición. Se supone que también el consiguiente desencanto diluido en toda la crónica nacional que el relato conlleva. Vivir a pleno pulmón de deportista, con sus hazañas de ascensiones alpinas, y la admiración de sus fraternos héroes. Inquieto escolar, con sus recorridos por España y toda Europa en un destartalado doscaballos, en compañía de otra que tal y buena moza, que le gusta a rabiar, pero refractaria, inexplicablemente en tan prolongada intimidad, a dejarse tocar un pelo. Muchas aventuras de amor, de viajes, de ilusionada gestión humanitarista y cultural, de intensa relación familiar: Esa hija que decidirá publicar el manuscrito -no muy conforme con su retrato en él- y esa su esposa, Berta, a quien había inculcado la libertad que él mismo ejercitaba a todo trapo, pero a cuyos efectos, ¡ay!, el absoluto abandono conyugal, no pudo sobrevivir. Sin duda su desaparición es el suicidio por ello. Eligiendo una de las alturas pirenaicas que le fueron favoritas. De la que escribiera, él mismo cuan hermoso sería tal lugar para morir.
Tanta vocación solidaria ocultaba, como en el colofón escribe su hija, un espíritu solitario. De este modo, El último invierno, podía entenderse que todo el relato, la confesión, el reflexivo y ambiguo memorial que constituye este libro, este supuesto documento confesional, es el drama y al mismo tiempo la exaltación felicitaria de un solitario irreductible que se expresa en las manifestaciones apasionadas de fervorosas, incidentales e reincidentes camaraderías, sus relaciones con los demás -sean amantes, colaboradores, colegas, conmilitones, amén de su esposa, hija, hermanos etc.-, con el temor a ese compromiso de axial y rendida univocidad que llega a dejar "su cuidado -como diría San Juan de la Cruz- entre las azucenas olvidado".
Todo, escrito con ágil, bella, madurada prosa que a veces exagera su espontaneidad esmaltando, abusando a ratos de coloquialismos de bajura que no responden en todo momento -como ahora se da en casi todas las novelas, en el teatro, en el cine- a las estrictas necesidades del guión que los clásicos seguían y Cela entre sastres reinventó, en toda su eficacia y pureza verbal.
No conozco otros escritos con esta firma, pero se advierte una mano bastante experta en relatar, describir, decir cosas bien pensadas, bien experimentadas o intuidas. Por ello, es recomendable la publicación, con vistas al incremento de la parrilla para esa carrera de la más nueva narrativa bullente.”
Hasta aquí el informe pericial de la persona a la que fue encargada la lectura de la novela y a la que corresponde, sin ninguna duda un uso de la palabras escrita digno de admiración. El informe llegó a mí fraudulentamente (las editoriales no suelen dejar salir de sus archivos tales informes) por manos de terceros, de ahí que no pudiera agradecer ese buen hacer de la crítica del que fue mi primer y único intento de tratar de publicar un libro. No tenía/tuve ganas de enredarme más tarde en paseos por editoriales que no iban con mi carácter, pese, después de recibir el informe de más arriba, a entender que la novela lo merecía. Tuve entonces que aclararme a mí mismo dos aspectos. Uno, el más importante, era que debía de tener muy claro que el hecho de escribir y dar expresión a una inquietud latente en mí constituía la esencia de mi escritura; y dos, que debía diferenciar claramente entre el acto de escribir y sus posibles consecuencias, es decir el hecho de verse uno sometido a ingratas tareas, al menos para un tímido de tomo y lomo como un servidor, como pueden ser las presentaciones y actos similares. Algo como contaba García Márquez de cierto acto público en que se rendía homenaje a Juan Rulfo, en que sucedió que cuando fue nombrado éste desde el estrado, Rulfo no aparecía, se había escondido bajo la butaca. Quizás fuera una de esas historias de García Márquez en que la relación entre la realidad y la ficción no estaban claras, pero ahí está el detalle que ilustra una situación para la que los temperamentos algo retraídos no están preparados. Uno debería poder escribir desde el perfecto anonimato.
Aunque es obvio que el placer del texto, el placer de la escritura, es la esencia del hecho de escribir (a lo que yo añadiría el placer de la propia lectura, al contrario que algún afamado escritor como Cela o García Márquez, que parece que no volvían a leer sus obras ya publicadas), también es cierto que a nadie amarga el dulce de ser leído por otros tantos amantes de la lectura. Sin embargo, de ahí a perder el pie y hacer de la publicación casi una obsesión, hay un abismo. Quizás el abrigo de estas webs donde tanta gente que lee y escribe se encuentra, sea en muchos casos un buen destino para un libro. No es ociosa la afirmación de que se publican “demasiados” libros en el mundo, y de que siendo la vida excesivamente corta, la necesidad de filtrar, seleccionar, tratar de leer lo más notable, se convierta en un imperativo. ¿Cómo dedicar el escaso tiempo de que disponemos a una parte importante del escaparate de las publicaciones de actualidad, si todavía no hemos hincado el diente a la obra de Proust (ese Proust de quien Salvador Paniker decía a modo de excusa por no haberlo leído, que la vida era muy corta y Proust excesivamente largo), Musil, Tolstoi, Montaigne y tantos cientos más; lecturas por demás que requieren muchas veces meses de dedicación?
Vamos, que tampoco pasa nada si el libro no llega a publicarse para el caso de que éste, por mucho que nos guste y sea nuestro, ande a cientos de leguas de Ana Karenina, pongamos por caso. Por demás, uno pinta un cuadro y lo cuelga de las paredes de su casa; ya es mucho; si te gusta, si disfrutaste pintándolo, si lo degustas cada vez que te tropiezas con él. Desmitificar el hecho de publicar puede ser una asignatura pendiente. Nada de partirse el alma, y menos en los aledaños de editoriales que generalmente alientan intereses reñidos con la calidad literaria o se constituyen en simple forma de hacer dinero.
Quizás toda esta cháchara no sea otra cosa que decir que las uvas están verdes. También es posible, ¿por qué no?

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Comentarios