El Parlamento, el planeta de los simios


El Chorrillo, 1 de marzo de 2015


"La grosería es la expresión más acertada del miedo". Esta afirmación la recogí ayer en boca de un escritor que presentaba la película El Gran Hotel Budapest. Tuve que detener la peli y tomar nota, era una afirmación que venía que ni pintada para retratar al presidente de gobierno actual en su intervención en el Debate de la Nación. El miedo corre por las venas del PP que ya empieza a temer que para el próximo año muchos de ellos pasen del parlamento y de su privilegiado status a las menos agradables instalaciones de Soto del Real.

Esta introducción debería inducirme a dar un paseo por la situación política, pero no, no es esa mi intención, no, no deberían ir por ahí los tiros. Las portadas de los periódicos han llegado a producirme últimamente tal hastío que a punto estoy de volver a mi antigua burbuja, esa a la que no llegaban los gritos ni las groserías de la añagaza política. "Cuán gritan esos malditos, pero mal rayo me parta, si en terminando esta carta, no pagan caros sus gritos", recitaba el Tenorio. Ayer leía un artículo de un periodista que comparaba el debate sobre el estado de la nación a una reunión de simios, algo no muy deferente a lo que tenía lugar en el hemiciclo del Parlamento. La lucha por el poder, la mentira, la grosería, la desfachatez de quien presidía el parlamento jugando con un ipad, mientras el espectáculo estaba servido, son materia para llenar de aburrimiento el alma del más pintao.



Todo indica que la zafiedad, las malas artes, los periodistas comprados de ínfima condición moral repelentes hasta el vómito, las puñaladas traperas, hubieran invadido el panorama político en los medios hasta punto de encontrarnos rodeados por todos los lados de la misma mierda. Un discurso político en donde los problemas de los ciudadanos no parecen contar, ni la miseria, ni la tan terriblemente injusta repartición de la riqueza, ni, ni, ni... Un país en donde la señora Botín gana ocho millones de euros frente a los míseros salarios de cuatrocientos, seiscientos y pico euros de millones de trabajadores... en un país así ¿qué coño vienen a debatir en el Parlamento los representantes de la madre Patria?

Está más claro que el agua, ¿no? Están los que acaparan rentas y beneficios incontables y que apenas pagan impuestos y de otra parte los que sostenemos y levantamos este país piedra a piedra; ese es el eje fundamental de la política de la nación, no otro, el de siempre, la acaparación de los terratenientes, de los dueños de la pasta frente a la miseria de los de abajo. Lo hemos oído cientos de veces: si aquí se pagaran los impuestos de parecida manera a que se hace en la media europea, ya tendríamos un buen trozo de camino andado. Se ve que ese "Ya semos europeos" que parodiaba Albert Boadella hace años todavía está vigente.

A uno, cuando ve todo esto, le flaquean las fuerzas, siente un deseo irreprimible de olvidarse de la realidad, de los periódicos, de la televisión y volver a encerrarse en la burbuja que lo mantuvo aislado durante décadas. Tuve tiempo ha una amiga que, cuando yo le confesaba mi crónica ausencia de lo que sucedía en el país, me abroncaba ruidosamente mencionandome a los griegos para los que era estúpido no estar al tanto de lo que sucedía en el ágora. Esta amiga, con la conviví durante meses en mi juventud viajando por Europa, además de algo mojigata, -eso no se toca, era terrible recorrer semana tras semana los bosques escandinavos sin poder acceder al sancta santorum- creía, no obstante, ser muy patriota por el hecho simple de leer a diario las páginas de El País; un hecho del que precisamente nacía el principal de nuestra discusión. Una cosa es que uno trate de hacer algo por el país, y yo creía hacerlo bastante desde mi trabajo de la escuela, y otra cosa era confundir el hacer patria con el hecho de leer el periódico. Por ahí ando, con la posibilidad de poder seguir aportando mi pequeño grano de arena donde sea, pero a su vez planteándome olvidarme de la prensa y las noticias.

Los periódicos me aburren, las tertulias me hastían, me revuelven el estómago; son raros los programas que he visto últimamente que me hayan parecido satisfactorios. Así que dado lo cual de momento he tomado la determinación de poner el cronómetro y dedicar un máximo de quince minutos a ver los titulares de los principales periódicos, menéame y las redes sociales: quince minutos, no más. Sí, uno corre el peligro de perder el norte dedicando más tiempo a los chismes de los políticos. El acoso de los medios puede hacer posible que nuestra yo, nuestros intereses personales y la fértil capacidad para inventar puedan quedar aplastados bajo el peso de la mediocridad con que unos y otros pretenden desviar el interés general por los caminos infames del chismorreo.


Las cosas han llegado hasta el punto de que las palabras pierden su sentido por completo. Esas siglas, por ejemplo, PSOE, es decir, partido socialista obrero español. ¿Qué tiene de obrero un partido que abarata el despido y sitúa en una precariedad desconocida hasta ahora a los trabajadores? Ahora de lo que se trata es de luchar por el poder, el tú más, el planeta de los simios. Si el PSOE es todavía un partido obrero, si IU defiende los derechos de la mayoría, si Podemos intenta restablecer la justicia, ¿a qué coño tanta fanfarria de unos contra otros? ¿Estrategia, táctica, ser más que el otro, mál alto, más guapo, mear más lejos? La leche, que hagan examen de conciencia, que vuelvan a sus raíces, todos, que defiendan lo que tienen que defender y que se dejen de pamplinas. Ya... ya sabe: el poder corrompe. Que el Señor nos coja confesaos.


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