Parece que basta darse una vuelta por el mundo para que el mundo te ayude a comprender, o si no tanto al menos te ponga en el camino de tranquilizar tu ánimo. Esta mañana de viento me fui de viaje y me encontré algunas cosas por el camino. Por ejemplo un blog que lleva por título: Me toco, luego existo; por ejemplo, diferentes páginas que hablaban sobre una enfermedad en donde la descompensación de distintas substancias como la serotonina, la dopamina, la feniletilamina, la etc., producen un cuadro clínico con características similares a lo que en psiquiatría denominan desorden obsesivo compulsivo (DOC). Después de viajar estuve arreglando un parterre junto a la pérgola de la entrada y cavando la tierra de los rosales de la fachada oeste. Más tarde comí y tomamos café mirando el esqueleto del sauce al que amputé todos los brazos recientemente. A ese ya no le mueven las ramas el viento; ahora, dos semanas después de desmembrarle, le han salido unas ridículas ramitas verdes, lo suficiente para saber que ya no hay Dios que lo resucite; se le acabó la cuerda.
De mis viajes de esta mañana vuelvo con la sensación de que el mundo está habitado por seres que respiran y sienten de manera muy parecida a uno mismo, de que lo que le sucede a uno no es obra exclusiva de una peculiaridad personal. ¡Gran descubrimiento! Se acabó la exquisitez de sentirse diferente, uno no es más ni menos que como los otros. Bueno, no exactamente como los otros, tampoco hay que exagerar. Digamos que mi soledad de hoy se vio algo aliviada por el reconocimiento de Sin embargo hoy, quizás ayudado en parte por este viaje virtual matinal, no estoy seguro de que tenga que seguir viajando, al menos viajando permanentemente. Tenía miedo a un exceso de soledad, a quedar atrapado en la jaula de mi yo, por eso salí al mundo, tanteé el terreno, quise comprobar que mi soledad no sería un cerco cerrado y que en un determinado momento sería posible, llegado el caso, mirarse en los otros, sentir el alivio de la otredad junto a mí. Así que ahora, algo más tranquilo ante la dolorosa idea de una habitación sin ventanas, podía volver a mi cueva (Cada cual respiraba con su luz/ el aire reducido de su cueva;/ se olvidó de su edad y de su rostro,/ y vivió como casa sin ventanas;/ cual si hace mucho hubiera muerto, ya no moría./ (Rilke. Libro de Horas). Y es que el mundo produce desórdenes, nos enferma en ocasiones y entonces necesitamos de la droga de la soledad, aunque más tarde tengamos que salir, que viajar, que alternar para desintoxicarnos y sobreponernos a la sobredosis de la soledad.
No siempre la cueva es inhóspita. No falta ocasión en que incluso sea acogedora y cálida como un útero materno. Hay casos, además, en que después de larguísimos viajes es necesario descansar; hay casos en que sea incluso necesaria a fin de poder liberarse de un estado de imbecilidad transitoria, como denomina Ortega y Gasset a esas situaciones que yo describía hace poco en un largo relato, cuando uno va mucho más allá de toda cordura a tropezarse una y otra vez contra el cuerpo del delito de una bioquímica que irriga el cerebro emborrachándolo constantemente de un anhelo perturbador; bioquímica que va a su bola, que tiene sus propios cometidos y que salta sin más por encima del sentido común para tiranizar al ser pensante que tiene a su cuidado.
La soledad puede ser también el resultado cautelar de nuestra incapacidad para armonizar nuestras necesidades y anhelos. Quizás, pero nadie es perfecto y es probable que cada temperamento necesite su adecuada dosis de aislamiento, amén de servir éste para en calma poder ir recuperando el aliento perdido, la parte del yo que extraviamos en nuestro andar apasionadamente por el mundo.
Gracias ;-)
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