Llegaron las golondrinas


Para Paula, al otro lado del Atlántico.

Esta mañana salí al porche después de desayunar y allí estaban sobre el arco de hierro por donde trepan los rosales del porche. No se inmutaron en un principio, derechas como dos señoritas de postín con el cuello tieso me observaban dos golondrinas mientras arreglaba unas cosas en unos cajones; me dio la impresión de que me miraban como a un intruso, porque resultaba que, después de buscar por todos los rincones de la parcela, parecían haber descubierto por fin el nido que hicieran sus abuelos allá junto a la ventana, sujeto a las escarpias de los hilos del teléfono. El nido, caído y con la arcilla deteriorada, se venía deshaciendo desde años atrás cuando fue abandonado por la última nidada. Yo lo miraba todas las primaveras con un cierto aire de nostalgia, esperando que algún día volvieran como en el poema de Bécquer a nuestra ventana,

Volverán las oscuras golondrinas
en tu balcón sus nidos a colgar...

pero no hubo suerte hasta hoy mismo. Espero que les guste el lugar; cualquiera diría que hemos engalanado el porche con rosales para ellas. Que sean bienvenidas.

Entonces era bonito seguir su vuelo inquieto rasando el agua de la piscina, o esperando pacientemente en los hierros de la pérgola con el pico lleno de pajitas a que no hubiera moros en la costa, o a la tarde, como albañiles tomándose un descanso sobre el hilo telefónico, juntos el macho y la hembra, mirar al atardecer entre las ramas de los sauces. Durante semanas hubimos de de dar un gran rodeo por la parcela para entrar en casa a fin de no perturbar su trabajo de crianza; los poyuelos piaban endemoniadamente durante todo el día pidiendo su pitanza asomando la cabeza como bebés entre los barrotes de la cuna. Más o menos como hará dentro de muy poco nuestra pequeña golondrina, Ainara, que eso significa en vasco el nombre de nuestra nieta.

Volverán las tupidas madreselvas
de tu jardín las tapias a escalar...

Las madreselvas también han empezado a florecer en estos días, feraces y a veces tan excesivamente prolíficas que ya empezamos a preguntarnos qué vamos a hacer con ellas en años venideros. Plantamos unas cuantas alrededor de la piscina para poder resguardarnos de los ojos indiscretos en los calores del verano y ahora ya se han devorado prácticamente todos los rosales; crecen indiscriminadamente por todos los sitios, trepan por los rosales, alzan sus brazos por encima de la valla metálica, se suben a los árboles, invaden el agua. No sólo nosotros nos las habemos con la vida, éstas son como esos personajes que lo quieren todo para ellos, caiga quien caiga; se ayudan de los troncos y las ramas y más tarde termina engullendo todo sepultándolo bajo un manto de olorosas flores.

Le debo carta a Paula desde hace ya tiempo y esta mañana, cuando vi las golondrinas sobre el fondo de las madreselva, me acordé de ella y me la imaginé llenando de piropos el aire de la mañana y acercándose a ellas como un san Francisco de Asís cantando las excelencias de nuestra madre naturaleza. Paula tiene mucho de ese carácter franciscano que anima a ciertos buscadores de verdades. Ahora anda aprendiendo, allá por Guatemala y Méjico; sabidurías arcanas, danza, bionergética, meditación, una buena brazada de asuntos para ir construyendo la vida, golpe a golpe, verso a verso; verso a verso, que también ella es poeta.

¡Cuánta nota dormía en sus cuerdas,
como el pájaro duerme en las ramas,
esperando la mano de nieve
que sabe arrancarlas!

Que esa es otra, salir por ahí, lejos a despertar las notas que duermen dentro del alma, también esperando esa mano de nieve que despierte nuestra imaginación, la inspiración o el deseo. Quedarse o marchar, pero abiertos, con los ojos escrutando los rincones del alma o del mundo, atentos a las cosas de la existencia, como hacen ellos viviendo como si el último milenio no hubiera transcurrido; dejar que la vida corra por nosotros y despierte lo que anda escondido en nuestro interior; lo despierte, lo agite, como brisa en las ramas y nos ponga en disposición. Ese parece el trabajo último de esta moza que tanto gusta de los di
minutivos en sus cartas. Nosotros también te queremos y te mandamos una ración de achuchoncetes.

Qué cosas estas... que se acuerde uno de repente del señor Bécquer, por ejemplo, poeta de la infancia, de cuando lo leía en los libros de texto; un poeta un poquitín empalagoso, pero de imágenes de tanto en tanto sugeridoras y pegadizas.

Está mañana llené toda una web de golondrinas. Un fondo gris, unos pocos recuerdos y, volando entre las imágenes estas aves que traen recuerdos de aldeas y de tardes apacibles de verano. No sé si a la choza de Mario y Paula llegan las golondrinas, que son más aves de corretear entre los tejados; en cualquier modo un detalle más para alegrar el día

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