Con el candil a la espera

Hoy se me acumulan de nuevo los libros, sentí el soplo de la lectura sobre papel que no practicaba desde hace un trimestres y de golpe empezaron a aparecer volúmenes, tiempo atrás abandonados, sobre mi mesa de trabajo, Diarios de Musil, Harold Bloom, Morin, José Antonio Marina, Vicente Aleixander... pobres por ahí como huérfanos esperando a que yo cayera de las nubes, dejara de ir de un lado para el otro del mundo y volviera a introducir mis ojos curiosos y mis manos ávidas en ellos.
Bueno, el caso es que a uno en determinado momento, hoy después de la cena fregando los platos, le asalta una idea y, mientras el fairy al limón y el scoth-brite hacen su trabajo mecánico, ésta, buscando el apoyo de alguna de las lecturas que previamente había hojeado en la cabaña, indaga en aquello que empieza a surgir entre la espuma de los platos y, tirando del hilo poco a poco, empiezan a sobrenadar en el agua jabonosa asuntos concomitantes, personas, lecturas olvidadas, citas que estuvieron relacionadas la idea; en fin todo un revuelo en torno al fregadero. Como consecuencia, me bajo con el café tambaleando en el platillo por el camino de piedra hasta la cabaña y me voy directamente al ordenador y, en la pantalla azul del Word, empiezo a dejar constancia de este pequeño revuelo nocturno. Hoy mejor que otros días, porque sucede que hoy, ayer mejor dicho, descubrí que la ancha ventana de la cabaña podía desbloquear una de las hojas que estaba clausurada, con lo que ahora, abierto la totalidad del hueco a la noche parece como si una nueva disposición estuviera a punto de visitarme. Hoy, que es segundo día de propósitos, de largas meditaciones sobre el tiempo presente y por venir y que me persiguen desde unos pocos días atrás pidiéndome aire fresco.
Antes, hace muchos años, cuando mi hábito de escribir pequeñas cosas que se me ocurrían en trozos de papeles, algunas ideas que luego iban a parar a una carpeta o a cualquier parte de la estantería que me pillara a mano, las posibilidades de que éstas tuvieran continuidad la verdad es que eran bastante reducidas. Un hallazgo, una consideración en torno a una lectura, unos versos especialmente graciosos, pese al papelito que había recogido la fugacidad del momento, terminaba por olvidarse, entre otras cosas porque el tiempo de que disponía era más bien misérrimo, o porque acaso, todo aquel material no era más que una ocurrencia que accidentalmente había encontrado refugio en un papel y no merecía más atención. Eso hasta el día en que absuelto de la necesidad de ir al trabajo gracias a un bienvenido accidente que me tuvo el brazo enyesado durante un otoño descubrí que aquellos papelitos podrían guardar en sí el germen de una diversión inesperada. El hecho de que en aquel periodo de baja me permitiera ordenar todo aquello tuvo como consecuencia que germinara en mí la idea de escribir una novela. ¡Cuánto debo a aquel dichoso accidente! En la primavera siguiente la novela era un hecho. Un mes después estaba lista e impresa una edición de diez o doce ejemplares, más que suficientes para unos pocos amigos lectores, más los ejemplares destinados a mis hijos. Aquello estimuló mis ganas de escribir.
Desde entonces, esa necesidad que parecía dormida en mí se ha mantenido despierta ya sin ningún tipo de ambigüedad. Sólo que ahora ya no hay papelitos perdidos y abandonados a su suerte allá por donde quedaran arrumbados minutos después de ser escritos, ahora está Internet y los blogs, todo un invento. Y a ello vengo; hay algo más que innovaciones técnicas entre los papelitos arrinconados, almacenados aquí y allá, y este poder imprimir en letras de molde en el ciberespacio todo aquello que uno considere digno de tal. Una amiga con la que he tenido frecuentes divergencias en torno a la escritura y a este escribir que significa hacer público lo escrito, dice no entender tanto afán de algunas personas por contar esto o lo otro o por decir de sus andanzas por una u otra parte del mundo. Sin embargo, es precisamente aquella característica, la obligación que te impone la necesidad de trabajar sobre algo que antes eran unas líneas abandonadas, inconclusa, un esbozo sin destino; y después ésta última, la necesidad de ser reconocido por los otros, lo que Habermas, citado por Marina, sitúa entre las principales del ser humano; dos razones que por sí mismas valdrían para curarse en salud y seguir escribiendo hasta el último día. Algo bien sencillo y bien humano. Por otra parte si todos mantuviéramos la hipocresía de que sólo escribimos para el cuello de nuestra camisa es evidente que la literatura no habría pasado de ser un engendro intrauterino abocado a no alcanzar el día del parto. Sería estúpido que tanto el que escribe como el que lee no pudieran beneficiarse de esa relación simbiótica que pone en comunicación al lector y al escritor, al que habla con el que escucha. Un concepto básico de la comunicación, si cualquiera de los tres elementos, emisor, receptor y mensaje faltan ésta no existe. El silogismo es muy sencillo, sin comunicación, sin esos elementos, en definitiva sin el habla, ahora todavía andaríamos subidos por las ramas de los árboles.
No siempre es fácil determinar las verdaderas razones del por qué hacemos esto o lo otro, ya que suele suceder que las razones tengan como los árboles muchas raíces, muchos porqués de los cuales la explicación más veraz que se nos aparece de inmediato ante la conciencia es la de que lo haces así, sin más, porque te sale de la tripa. El otro día citaba a vuelapluma a Novalis, algo que cacé en Bachelar (Poética de la ensoñación): “Y una vez en el aire saber que todo lo que miro me mira, dulzura de ver y admirar, orgullo de ser admirado”. Esto puede ser una razón, pero evidentemente otras muchas tienen su porqué en esa indeclinable necesidad de crear algo, que es fácil que vaya acompañada a esa otra de mostrar a los demás aquello que uno hizo. Desentrañar parte de la realidad, mirarla, dulzura de ver, orgullo de existir y notar la propia existencia en la existencia de los demás.
Me podría marchar ya a la cama, pero me da pereza, la noche es hermosa, agradablemente tibia y, además, con esta novedad de metro y medio de ventana volcada a un rastro de luna y a las estrellas que filtran su luz entre las ramas de los árboles, con más razón todavía para quedarse todavía un rato. En Me llamo Rojo, de Orhan Pamuk, el protagonista, poeta a la sazón, que dirían los antiguos, sufre de vez en cuando pequeñas inspiraciones, y cuando ello sucede debe aprovechar el momento, saca su boli y su cuaderno, se recoge en un rincón de sí mismo y escribe de un tirón lo que le sale. Debe aprovechar ese instante, si lo posterga el poema vuela. Estas cosas suceden con frecuencia, de ahí la conveniencia de montar guardia; largas, larguísimas guardias a veces por ver si la noche o los ladridos de los perros traen alguna clave con la que seguir hilando el tapiz de la escritura. Nada de penélopes, aunque también es una idea que pueda tener sus defensores, ya que a fin de cuentas el genuino placer viene, como decía Sánchez Ferlosio, del hecho mismo de tejer; sólo que no hay que descuidar tampoco la benevolencia de poder acabar un bonito jersey.
Al final de todo, lo que uno trata de hacer es precisamente dar respuesta eficaz a nuestro problema más complicado, que es vivir; y así, según Marina, la creación más importante será aquella que sea más provechosa para nuestra vida. Ahora si damos un paso más allá y nos ponemos de acuerdo en qué es realmente lo más provechoso para nuestra vida, estaremos ya en el camino de la perfección, más o menos como Santa Teresa, o parecido.

3 comentarios:

  1. Te echabamos de menos.....
    Si me lo permites ¿me puedo guardar la foto primera de tu entrada?
    Besos Ana.

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  2. Otra vez yo ,creo que las tareas mecánicas nos hacen desconectarnos del ahora.Odio el labavajillas.
    Otra cosa gracias por el enlace de tu blog con el mio.Gran Honor.
    Ana

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  3. Hola, Ana

    Me dejó intrigado ese desconectar del ahora, a no ser que te refieras a un ahora enojoso que quisiéramos no nos persiguiera tan de cerca; intrigado porque parece que la inclinación quiera ser precisamente la contraria, la de querer integrarnos íntimamente en el ahora, algo así como coger una cogorza de campeonato con lo que uno está viviendo en el momento. No sé. Una amiga se aplicó un test y descubrió que aprovechaba sus facultades en un nueve por ciento; le entró una depre de campeonato. Creo que no repitió el test. Algo parecido con el ahora, del que usamos poquita cosa; un ahora amplio, primitivo y salvaje, en donde uno pueda sorber y sorberse hasta los higadillos. De todos modos, tema complicado que requiere muchos puntos sobre las haches, como decía aquel; tema de conversación para una larga velada frente a la chimenea con un whiskito bien cerca para irse humedeciendo los labios en las inflexiones de la conversación.
    Las fotos son todas tuyas... y del que quiera tomarlas.
    Un beso, voy a ver si echo una ojeada a tus dos últimas entradas que me viene chivando el Google Reader.

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