Bajo el edredón



Hacía un calor confortable bajo el edredón. Ella accedió a desvestirse. Él sintió con expectación cómo ella se desprendía del pijama. Segundos después la rodeó con sus brazos; sentía un deseo que parecía estar desprovisto, al menos en parte, de la atracción sexual, un deseo que más bien parecía nacer de un sentido de la hermandad, del deseo de tocar y sentir el calor del otro entre las manos, en el hueco del abdomen, piel con piel. Los restos de una fogata en el exterior de la tienda de campaña dejaban un débil resplandor en la tela del techo; el agua repicaba suavemente en el silencio de la noche. Hacía años que se conocían, pero él nunca había sabido con certeza de su orientación sexual. Ella había eludido siempre el tema cuando él se había interesado por su vida afectiva.
Maravillado como otras veces por el universo femenino que rozaban sus manos. Mientras él acariciaba su cuerpo le oyó emitir una débil exclamación de placer. Ello provocó en él un breve estremecimiento. Cerró intensamente los ojos intentando retener el momento, las sensaciones que subían desde las yemas de sus dedos.
Tras un intervalo en que parecieron oír fuera el merodeo de algún zorro, hablaron. El largo descenso de aquel valle, la fatiga de la jornada habían hecho de ese instante un placentero y merecido descanso.
Un rato después se dio la vuelta y, tomando la mano de ella, la llevó entre sus piernas y la retuvo allí hasta que ésta, acaso resignada, acaso complacida también en las caricias, él no podía estar seguro de ello, se quedó entre sus muslos como arrullando el suave pelaje de un gatito. Y eran como dos hermanos, y ella hablaba entre grandes espacios de silencio. Y él escuchaba, y tras otro largo paréntesis asentía o hacía un breve comentario mientras sus manos llenas del calor del otro cuerpo se deslizaban por sus pezones, brevemente entre sus piernas.
Comúnmente sus conversaciones eran apasionadas, tan impetuosas que era corriente que uno y otro se quitaran la palabra de la boca movidos por la vehemencia con que sus pensamientos se expresaban; sin embargo aquella noche las herramientas del habla habían sido sustituidas por un magnífico silencio; la prosa se había hecho poesía, y la noche, la lluvia y el temblor de la presencia de otro cuerpo en la clapa oscura del bosque habían producido un pequeño milagro; otro más con la lluvia, con el viento, con la naturaleza.




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