Sobre la fidelidad


El otoño se ha hecho tan amable en estos días que da gusto abrir la ventana por la mañana para dejar que entre el revuelo de los pájaros a acompañar mis ejercicios de rehabilitación. Y es que siempre por una razón u otra andamos rehabilitándonos de algo, en mi caso esta mañana de la rótula, pero ayer o la semana pasada igualmente de otra cosa, de algún aquejo del alma por ejemplo. Y si no es propiamente rehabilitación al menos será labor de ajardinamiento, de puesta a punto, de aclarar conceptos acaso. Así que, como otras tantas veces... y tendría que decir bendito ese rato de asueto de subir y bajar las piernas que me permite como momento precioso de meditación diaria rescatar temas para mi reflexión; como otras veces me encontré entre las manos con eso que denominamos fidelidad, un concepto controvertido con el que se amurallan, que no se cimientan, muchas relaciones a fin de crear la fantasía de una seguridad equívoca con la que ponerse a salvo de la violencia de los elementos y crear una sensación de seguridad personal.
La razón de este encuentro matinal estaba también en la lectura de estos días, El cuaderno dorado, de Doris Lessing; complejas historias de encuentros y desencuentros, en este caso con la notoria novedad de que la persona que escribe es una mujer, lo que aporta una perspectiva nueva que enriquece la visión de conjunto de las relaciones de pareja. Leyendo a esta autora da gusto mirar a los hombres y mujeres, uno tiene la sensación de que esos hombres y mujeres no son exactamente aquellos que estamos acostumbrados a contemplar en las novelas escritas por varones. No sabría explicar razonablemente estas cosas, pero ya me pasó hace meses con la lectura de Colette. Ayer la lectura inducía en mí un sentimiento de solidaridad con el otro sexo; no, no exactamente de solidaridad, de empatía seria mejor decir, de comprensión; cosas éstas de las que tanto estamos necesitados, necesitados por lo difícil que es comprendernos siempre unos a otros, comprender a la esposa, a los hijos, a la amante, al vecino, a la compañera de trabajo, y, naturalmente a uno mismo.
Estando en estas cosas quise hacer memoria por ver qué podía decir la sabiduría de Montaigne a este respecto, un hombre que tanto escribió sobre los temas más diversos durante toda su vida, y, curiosamente, en los dos tomos de sus ensayos que leí, no encontré rastro de estas cosas, lo que me hace pensar que en aquella época, o en su circunstancia personal, aquello de la fidelidad debía de ser algo tan obvio e incuestionable como la existencia de Dios. Era una época en que la gran pasión era la amistad, y la relación con las esposas, atada y bien atada por la religión y la moral del momento, constituía incustionable parte del modo de la organización social. Quien se salía de la norma no era infiel, simplemente era un adúltero, una fea cosa con la que uno se ganaba un lugar en el Infierno. El adulterio es un concepto que hoy ha perdido fuerza hasta el punto de convertirse en nuestros tiempos en algo significativamente diferente: la infidelidad; lo que indica que al menos en cierto modo hemos salido de las garras de la religión o el estado para llevar nuestras relaciones a un campo más humano que pertenece al ámbito de la pareja, algo que ya no tiene que ver con notarios ni con los cataclismos de los infiernos que nos prometían los santos padres de la Santa Iglesia Católica Apostólica y Romana.
Que Montaigne pudiera llegar a poner en cuestión estas cosas, estaba fuera de las posibilidades de la época; quizás por ello no hay rastro en sus escritos de ello, aunque sí en relación con el amor, aunque en todo momento como un deseo sujeto a caducidad: “El amor, no es sino un deseo demente por aquello que huye de nosotros”. Es significativa la cita que hace Montaigne de Ariosto, cuando se refiere al amor: “Igual que el cazador que persigue a la liebre, por el frío y por el calor, por montes y valles; sólo la estima cuando huye y la menosprecia cuando la tiene”.
Comprender la naturaleza del amor nos debería llevar a ser más ajustados en la consideración del concepto de fidelidad. Hemos tardado milenios en conseguir transformar un adulterio en una infidelidad, pero aún parece que tengamos por delante un gran trabajo por hacer hasta que llegue el momento en que esa infidelidad pueda transformarse en el reconocimiento de que nuestra libertad y nuestros deseos no terminan ni deben terminar en el lecho conyugal o de nuestra pareja habitual. Evidentemente sería erróneo generalizar y pretender que todo el monte deba convertirse en orégano, pero es indudable que frente al envaramiento conceptual en que nos movemos, donde la fidelidad es tomada básicamente como una traición a la confianza y al amor, donde por tal se entiende un compromiso que implica una prohibición de mantener determinadas relaciones con otra persona ajena a la pareja, donde la fidelidad es con frecuencia una especie de seguro a todo riesgo, un bunker en cuyo interior la guerra de intereses puede ser un hecho real, donde como soga al cuello te atarán como perro guardián a la puerta de la casa del amo, donde... un largo etcétera; frente a todas estas maneras de entender hechos prácticos y dependencias mutuas, en el fondo sólo deseables con frecuencia como férreo cable de acero con que mantener ciertos privilegios, no estaría de más hablar de otro concepto tan hermoso como el amor: la libertad.
Ponga usted este binomio en su vida, llene la maceta con buena tierra porosa, plántelo, riéguelo, manténgalo amorosamente abonado y disfrute de sus flores; que la luz la hizo Dios para que fuera disfrutada por todas las criaturas; que el aire lo mismo; que el amor otro tanto. El quid de la cuestión: la confianza mutua... y que el resto se lo lleve el diablo, y a quien Dios se la dé San Pedro se la bendiga. No es la fidelidad, o lo que con eso se pretenda decir, sino la confianza mutua lo que debería de erigirse como bastión inexpugnable entre la gente que se quiere; que queriéndose da lo mismo todo. Y si no se quieren, pues lo mismo, porque ello será así con fidelidad o sin ella. Y maldita la gracia tener una fidelidad como un piano de grande si no se tiene el efectivo amor, el aprecio y la consideración del otro. Qué guerra boba esa la de los defensores de la fidelidad, que pretenden ésta pero descuidan la confianza, el riego, el abono, un buen pedazo de sol todos los días para que la planta crezca hermosa y robusta.
El discurso en torno a la fidelidad estuvo frecuentemente marcado por la desfachatez de un cinismo interesado en guardar las apariencias, un cinismo que nada quiere saber de los sentimientos reales y que se nutre de intereses de pernada sobre las personas. ¿Qué tiene que ver el amor con la “obligación de amar”, de amar hasta que la muerte nos separe? De amar, por demás, así, sin la posibilidad de la ventana, cuidando a cada momento esos detalles, que el escote de la blusa no sobrepase determinado límite para que el señor de la casa no se indisponga, que... Hombres y mujeres atados como el perro del hortelano, que ni come ni deja comer. Por demás, e imaginando las mejores condiciones de afecto y convivencia, ¿quién se atreverá a negar, no hoy acaso, pero sí mañana o pasado mañana, que se verá sorprendido alguna vez por el deseo lunar y maravilloso de recogerse en otro regazo?
Uno observa los personajes que van apareciendo en la novela de Lessing y encuentra que todos, hombres y mujeres, casados o no, se encuentran envueltos en la atracción que ejerce sobre ellos el mundo masculino o femenino que desfila ante ellos más allá de la balaustrada de su propio matrimonio. Demasiada atracción como para resistirlo, particularmente cuando las fiestas del himeneo fueron quedando atrás, lejos en el tiempo. ¿A qué batallar contra molinos de viento, a qué poner puertas al campo?












3 comentarios:

  1. Según me dijo un día Victor(el grande) si a partir de los cuarenta no te molesta algo de tu cuerpo es que estás muerto....lo de flojear de otras partes(amueblamiento mental)eso es más complicado, creo que incluso a partir de esa edad ni lo de la rehabiltación da resultado .Y para complicado lo de fidelidad ,de esta ni siquiera podemos hablar de ella a los cuarenta....
    Ana del badulake

    ResponderEliminar
  2. Hola Ana,
    Sí, todo es ir dándose trastazos por aquí y por allá, pero es que comprender un poco de qué va todo esto tan “evidente y tan claro” es más bien complicado. Uno está dentro del laberinto y desde todos lados te dicen esto es así, esto es asao y no tienes más remedio que creértelo... eso hasta que te haces mayorcito y el seto se te queda a la altura del ombligo y entonces si tienes ojos y ves... el que puede o quiere, claro.
    Respecto a lo de la cuarentena no hay por qué marear la perdiz, yo no aseguraría que las hormonas, por ejemplo, funcionen mejor a los veinte que a los cincuenta. El mito de la juventud como tiempo ido, etc... no merece ni mirarlo. Que sí, que el otoño está poniéndose magnífico.
    http://www.elchorrillo.es
    Hola Ana,
    Sí, todo es ir dándose trastazos por aquí y por allá, pero es que comprender un poco de qué va todo esto tan “evidente y tan claro” es más bien complicado. Uno está dentro del laberinto y desde todos lados te dicen esto es así, esto es asao y no tienes más remedio que creértelo... eso hasta que te haces mayorcito y el seto se te queda a la altura del ombligo y entonces si tienes ojos y ves... el que puede o quiere, claro.
    Respecto a lo de la cuarentena no hay por qué marear la perdiz, yo no aseguraría que las hormonas, por ejemplo, funcionen mejor a los veinte que a los cincuenta. El mito de la juventud como tiempo ido, etc... no merece ni mirarlo. Que sí, que el otoño está poniéndose magnífico.

    ResponderEliminar

Comentarios