El fuego y el agua


Con frecuencia, con mucha más frecuencia de lo que yo quisiera estas últimas semanas, sentado ante el atardecer, ese altar en donde se inmolan tantas cosas, se recuerda, se sufre el flagelo de las penas, se vive con relativa oportunidad el gozo de lo que la vida trae, se vienen a posar frente a mí algunos interrogantes con insistencia. El otro día seguí el rastro de una mujer que había dejado un comentario en mi blog de los caminos y, visitando su blog (Caída libre) y, leyendo por un lado y por otro me encontré con una cita de Lampedusa que decía: tengo setenta y tres años y sólo he vivido tres. ¿Cuántos años habré vivido yo?, me pregunto en esta tarde al calor del crepúsculo. Y me surge mientras hojeo un libro que compré ayer, de un pensionista que hizo la Ruta de la Seda a pie; un puñado de miles de kilómetros. El libro se subtitula: Viaje en solitario “Cuando caminas, lo haces hacia ti mismo”. Unas palabras que me suenan, quizás las escribiera yo mismo hace tiempo. Los años que tenemos y los años que hemos vivido: dos cosas bien distintas.
Pero la tarde estaba encendida por el horizonte y dejé el libro al lado para contemplar la última luz del día, mientras seguía otra lectura por los auriculares, El juego del fuego y del agua, que ya cité en la última entrada. A los pocos minutos me encuentro con estas palabras: tener un destino de fuego, “eso significa que ardes o bien que te apagas. Cuando ardes, corres grandes peligros, y cuando te apagas mueres. La única manera de librarte de ello es arder”. Que se junten en mis lecturas Lampesusa y Ya Ding para hablarme de la misma cosa que recrean mis interrogantes, tiene casi el aspecto de premonición.
Esta mañana, oí unos minutos al ministro de Economía, Solbes y a la vicepresidente del Gobierno, en la rueda de prensa, después del Consejo de Ministro; y yo, tan habituado a estar a años luz de la prensa y de lo que se cuece en la alta política, sentía un cierto complejo oyendo a estas personas hablar de los jueces, del PIB, de un mundo de datos que a mí se me escapaban y no sabía encajar en mi economía de ciudadano de a pie. Sentía una cierta vergüenza por el hecho de que altas instituciones estuvieran contribuyendo a facilitarme una comodidad económica y social mientras yo me dedicaba a investigar sobre el fuego o sobre los años que Lampedusa vivió realmente, a fin de sacando conclusiones de aquí y de allí y dedicarme a algo tan personal como intentar incrementar el número de mis años vividos dentro de la contabilidad global de la existencia. Mientras Solbes daba previsiones del descenso previsible del PIB para los próximos años, del aumento del paro, etc., a mí me preocupaban otros porcentajes y las posibilidades del peligro de dejar de arder y apagarme, como decía el personaje de Ya Ding. No es muy justo esto, pero, uno piensa en el largo cuarto de siglo que casi inútilmente ha dedicado a la educación en la escuela y parece como si se oyera decir: es el turno de los otros, ahora ha llegado la hora del fuego. No obstante ahí queda, la preocupación por los palestinos, por la economía, por la educación, en un relativo segundo plano, casi casi en el apartado de los imponderables.
Y es que el tiempo… sí, amenaza; a veces sucede como si uno tuviera la impresión de que se le escapara por los agujeros del día un universo de posibilidades que están ahí esperándonos desde que nacemos hasta las mismas puertas de la muerte.
Más citas, en esta ocasión de otro libro recién leído, de Murakami: “Y en aquel atardecer comprendí qué había sido el estremecimiento del corazón que ella me había provocado. Era un anhelo adolescente que no había sido ni sería jamás colmado”. El protagonista descubre una década y media después, que aquella mujer había despertado en él un anhelo que los años de la vida no bastarían para calmar. Anhelo es una palabra que se me escapa frecuentemente de entre las manos, especialmente en los versos. El día que no anhelemos estaremos muertos.
Según la doctrina china de los cinco elementos, de la tierra nace el metal, del metal nace el agua, del agua nace la madera, de la madera nace el fuego y del fuego nace la tierra, completando así el ciclo. El agua alimenta la madera y ésta a su vez ha de alimentar el fuego: anhelo, pasión, experiencias significativas, todo cuanto sea capaz de mantenernos vivos.
Hoy recibí unas pocas líneas que inevitablemente me recuerdan que el fuego sigue siendo una opción de vida. No se pueden cerrar las puertas y poner la tranca; antes de que nos apaguemos y nos convirtamos en ceniza hay que seguir caminando, hacia uno mismo y hacia los anhelos.

2 comentarios:

  1. A mí también la palabra Anhelo se me escapa de las manos, creo que porque encierra lo que no es y puede ser, esa pequeña pero a la vez inmensa distancia hace la diferencia.
    Que sigan esos interrogantes mientras los atardeceres te emocionen.
    Saludos cordiales.
    Alicia

    ResponderEliminar
  2. Yo todavía me admiro de este gran invento de los blogs, uno salta del otoño a los pies de foto o se va de viaje a Córdoba sin que apenas medie una brizna de tiempo. El espacio se diluye... y mientras los anhelos siguen ahí alimentando la esperanza y haciéndonos la puñeta de vez en cuando, que todo hay que decirlo.
    El anhelo engendra dolor, como diría el Buda, pero está por ver qué seria la vida sin ello, porque incluso el desear no desear no deja de ser un anhelo para el mejor de los monjes arropados en las nieves del Himalaya. Vamos, que no hay escapatoria.
    Otro saludo

    ResponderEliminar

Comentarios