¿Dónde está la vida?


Rumor de hojas, la cascarilla de la mañana flotando en el aire junto al zureo de las palomas, el canto de los pájaros. Hoy todo era oscuridad bajo los álamos blancos, flotaba en el ambiente la humedad del riego de la noche anterior; sentado sobre la hierba, las manos sobre las rodillas, la posición erecta, el aire entrando lentamente en mis pulmones, despacio, hasta sentirlo abajo en el estómago, retenerlo, acompañarlo con el pensamiento a través de los bronquios, la tráquea, la boca, y entrar en su reiteración como se entra en un espacio de recogimiento, un templo con murmullos de oraciones, de mantras susurrados en la penumbra. Y fue así como una repentina luminosidad traspasó mis párpados, el primer rayo de sol inundó de claridad sin imágenes el entorno de mi retina: amanecía.
Comenzaba un día más. Hoy con un interrogante pecular: ¿dónde está la vida? No hay día que mis lecturas aquí o allá vayan dejando por ahí señales de atención, subrayados que son una interrogación, anotaciones que interpelan un texto y que unas veces sirven para recordarme la belleza de un paraje que en principio me pasó desapercibido, otras para alertarme sobre un particular o como es el caso esta mañana, para sugerirme una reflexión. Aquí están algunos textos referenciales: “Para los habitantes de la aldea de Oblómovka la vida transcurre junto a ellos como un río, sobre cuyas orillas ellos se sientan a contemplarla”1 “Su vida es esta carencia de su vida. No se está nunca en la vida, como no se está nunca en el mar, porque a cada instante los brazos del nadador atraviesan el agua y durante un instante le alejan”2. “La vida se identifica con el anhelo a la vida, el amor con una privación que lo hace renacer continuamente”3. “La vida moderna no parece conocer el presente, sino sólo un transcurrir”4
Me sucede a menudo esta cosa curiosa: de golpe levanto la vista del libro y me viene a la memoria el recuerdo de una experiencia riesgosa, una noche de vivac en una cumbre, pienso en un milagroso amanecer que me sorprendió el pasado año en las montañas del Macizo de Ports, vuelvo a los últimos momentos del hospital poco antes de que falleciera mi padre. Todo ello aparece en mi memoria con una intensidad y una nitidez que, siendo diferente a los hechos mismos, me aparecen en el presente de hoy como más real, más vida, vida recordada, que el momento mismo del hecho, que era transcurrir y presencia de una realidad, pero una realidad que no puedo retener en mis manos, que antes de ser vivida se aleja de mí como el agua del río en que me baño sin que pueda apresarla nunca. Esa posibilidad de contemplar la vida como lo hacen los habitantes de la aldea de Oblómovka, sólo es posible cuando la vida ha transcurrido, raramente en el momento mismo de vivirse. Lo que nos sucede, que aparece como digno de revivirse momento después, se lo tragan los minutos siguientes, la noche que cierra el día. Me voy de viaje a Oriente y me enfrento a personas y a rostros particulares que mi cámara recoge con cierta emoción; sin embargo realmente el rostro no está tan presente en mí entonces como lo estará después, cuando rebelo la fotografía, cuando en el ordenador contemplo el gesto, la tersura del rostro, la mirada desafiante. Cosas que evidentemente no viví cuando tomaba la fotografía, porque a aquella toma siguió otra, un incidente; la necesidad de buscar un baño o tomar una bebida fresca hizo que se desvaneciera el instante previo. La vida se va por el sumidero a cada instante empujada por el hecho porterior, todo es transcurrir; cuando queremos contemplar con más detalle, vivirlo en su estar presente, la cosa está ya lejos, tan lejos como ese paisaje que vimos por la ventanilla del tren transcurridos unos minutos.
Tratar de conseguir que la escritura sea tan gratuita como un paseo matinal y personal; ejercicio lúdico que no tiene finalidad fuera de sí; escritura sin lector; sustancia que segrega mi cuerpo para lubricar mis hormonas; reflexión; vano intento de apresar una realidad que se escurre misteriosamente entre las manos cuando trato de apresarla pero que es necesario practicar a fin de ahuyentar el vacío. Me digo. Algo así como si con la escritura el sujeto tratara de atenuar esa fugacidad intentando extraer “de su cenagosa banalidad algún fragmento luminoso”5. Ya que pretender librar totalmente a la vida de ese transcurrir incesante en donde el individuo apenas tiene tiempo de vivirse, parece una tarea poco menos que imposible, por mucho que pretendamos aprovechar el instante, no parece del todo errado dedicar unos minutos de la mañana a confirmar lo evidente; acaso del conocimiento de esa evidencia nazca un cierto apremio para despabilar la atención en favor de una mayor consciencia. Para mí que la escritura sí puede ayudar a cumplir ese imposible que consiste/consistiría en contemplar la vida tanto desde la orilla como desde las propias entrañas del agua en donde estamos sumergidos.


1 Goncharov, Oblómov.
2Michelstaedter, La persuasión y la retórica.
3Lukács, El alma y las formas
4Magris, Itaca y más allá
5Magris, Itaca y más allá

1 comentario:

  1. No sabía que tu padre había muerto. Me hubiera gustado acompañarte en esos momentos. Espero que ahora que las redes sociales nos tienen más cerca compartamos más momentos.
    Un abrazo.

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