Leo a Ernesto Sábato, Antes del final. Si uno vive totalmente mediatizado por la globalidad mundial, no puede dejar de sufrir interminablemente; algo que sería por demás válido para toda la historia de la humanidad, en la que probablemente es imposible encontrar unas pocas décadas de lógica vivencia, de paz, de justicia generalizada. El libro de Sábato es un tormento renovado, la confirmación de que la vida no puede consistir en echarse a la espalda toda la carga de la basura del planeta. Debe haber interconexiones del individuo con la realidad que le circunda, pero no hasta el punto de hacer imposible su propia vida, una mezcla de tristeza y alegría, que como la lluvia o el sol o los temporales, conviven en un mismo espacio, sin hacer de lo tenebroso el ámbito casi exclusivo de la propia existencia. Lo que no quita para que el hombre solidario tenga su propio campo de acción compatible con una rica vida personal. Mi admiración por Sábato hace que me produzca tristeza la lectura de este libro, tristeza por las circunstancias de la Argentina de entonces, de América Latina en general, pero en este caso principalmente tristeza por él, que siendo un hombre cabal debió vivir atormentado por su entorno social y político. La historia de la humanidad es milenaria, mientras que la del individuo dura apenas unas décadas; de ahí que buscar una síntesis entre la vida personal y la necesaria atención al medio social, parezca algo tan esencial.
En la escritura de Sábato hay una continua imputación al poder, al dinero, etc., pero aunque defiende la educación como medio de toma de conciencia, quizás habría que volver a decir que una parte importante de ese todo catastrófico corresponde a los ciudadanos, que activa o pasivamente han contribuido en buena manera a consolidad situaciones de injusticia. Del mismo modo no es inocente la situación de muchos que hoy no pueden pagar sus hipotecas porque vivieron del futuro en un grado extremo o porque las facilidades crediticias eran excesivamente tentadoras. La visión de Sábato, como tantas veces fue la nuestra, la de tanta gente que desde el franquismo intentó mejorar el mundo, sigue siendo paternalista cuando no tiene en cuenta la responsabilidad que nos incumbe a todas las personas cuando hacemos dejación de una reflexión conveniente de la realidad en la que vivimos. Quizás habría que enfrentar al mundo con sus propias realidades, acto también paternalista, por cierto, y decir que si bien hay muchos sinvergüenzas y codiciosos por ahí sueltos, también abundan los ingenuos, los que no mueven un dedo, los que vegetan, un buen puñado de millones y millones de hombres y mujeres que se dejan embaucar, que dan su indiferencia en forma de voto a esos poderosos a los que continuamente echamos todas las culpas. Con sólo que los ciudadanos ejercieran su capacidad de voto de una manera adecuada a su condición, con la lógica de quien ha de votar a aquellos que con toda seguridad han de velar por sus intereses, los grandes desequilibrios no serían tantos. Cierto que ahí está la clave de los medios, la propaganda, la mentira, que aminora la capacidad del votante para ver con mediana claridad en la realidad, pero eso no le exonera de la culpa de no haber actuado reflexivamente. Quizás la próxima vez se lo piense mejor... o quizás entonces se haya vuelto a olvidar.
En una sociedad donde un número importante de ciudadanos tuviera la cabeza en su sitio, en que fuera difícil engañarles como a niños chicos, las cosas sucederían de otro modo. La codicia de los usurpadores y de aquellos que los amparan es también parte de nuestra codicia. Quizás los Italianos, que saben de sobra que Berlusconi es un sinvergüenza, cuando le votan, no estén buscando otra cosa que conseguir bajo los auspicios de este “sabio” moderno, que sus ingresos se vean incrementados en manera parecida a como él lo consigue para sí. Hace un par de años visitamos a unos amigos italianos en Brescia y nos reímos mucho porque en un grupo numeroso nadie conocía a ninguna persona que hubiera votado a Berlusconi; al parecer los votos habían venido de Marte. Otro ejemplo, el trío de Rodrigo Rato -todo él PP- en Bankia, más de diez millones de salario, primas aparte, imagino. Esta gente sabe hacer dinero, pues votémosles; quizás sea sea también la lógica de los votantes del PP, como el dinero llama al dinero, acaso les llueva algo de esta facilidad con que les llega a ellos. Aparte de haber perdido todo rastro de vergüenza, claro, la de esta gente.
Por demás, han atado las cosas de tal manera que si el banco se va al carajo, vamos a ser los contribuyentes los que paguemos la deuda. Y ahí los socialistas no se libran de culpa, o ¿es que acaso no son ellos, en el Gobierno, los que tenían que haber velado por la seguridad del dinero de todos los ciudadanos; de la misma manera que se dictan normas y leyes para la seguridad del tráfico, para la seguridad en los aeropuertos, ¿no es obligación imprescindible velar por la economía de todos nosotros? Todo lo contrario, socialistas pero socialistas que sólo parecen pensar en socializar las deudas y defender el status de privilegio de la banca. A más de muchos consuelo de tontos, ya que en ese sentido también son socialistas los Estados Unidos o cualquiera de los países neoliberales de nuestra área. En todos ellos están socializadas las deudas. ¿O no consiste en eso ser socialista en nuestros días? Esta gente de las finanzas han conseguido la cuadratura del círculo: una libertad total del dinero, acumulando beneficios astronómicos pero... consiguiendo a su vez que sean los contribuyentes los que paguen sus errores, las pérdidas, los estropicios que ellos mismos crearon en el mercado: maravilloso. Y ahí está el gobierno en pleno apoyándoles totalmente, abriéndoles el culo a los bancos, como decía el otro día un comentarista en Público, al referirse al discurso del estado de la nación.
Días atrás Gregorio Peces Barba echaba chispas por “el PSOE, el PP la misma mierda es”, su sabiduría se había vuelto tan huera como para llegar a defender al señor Botín; sin aceptar la culpa de los bancos en este desbarajuste que vivimos, sin llegar a entender que el vampirismo ejercido por las entidades financieras y sus cúpulas son los causantes del momento en que vivimos.
Volviendo a Ernesto Sábato. Probablemente todos compartimos sus acusaciones contra toda esa deplorable raza de sinvergüenzas que puebla el mundo, pero sin embargo Sábato olvida decir que, sin embargo, todos ellos o, son auspiciados por aquellos que obtuvieron nuestros votos, o nacen directamente de la corrupción de un sistema que se fragua en el Congreso o en el Gobierno. Y pese a ello les seguiremos votando. Nuestro voto respalda las acciones de aquellos a los que votamos, de alguna manera también nosotros somos culpables al aceptar esa oferta masiva de créditos baratos; si muchos invertían en pisos era porque pensaban que se iban a hacer de oro. Al vídeo de Españistán le hubiera faltado una segunda parte para entender mejor el proceso de la crisis. Algo que alentaría ese plano pedagógico sin el cual será imposible cambiar esta sociedad. Eso en lo que tanto hace hincapié José Luis Sampedro, desarrollar nuestra capacidad de pensar; esas tantas pancartas que el 19-N aludían al hecho de la necesidad de la reflexión personal.
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