La ciénaga. Lucrecia Martel





El atrevimiento de romper los nexos, dejándolos en su mínima expresión. Que se mantenga vibrante el drama, movimiento irrefrenable, dureza de lo que es sin los afeites de la componenda. Y el cuadro paralelo de la vaca que se hunde en la ciénaga, o el desenfreno de vida de los jóvenes convertidos en adultos irresponsables desde muy niños. Una manera de hacer cine que tiene sus defensores en el campo de la literatura. Servir con cuentagotas las claves del relato, incluso haciéndolo desaparecer, para poner de relieve los puntos claves de las vidas que se narran. Una panoplia de comportamientos que hacen revolverse incómodo al espectador en su silla.
Si la vida nos la sirvieran en flashes, todos los despropósitos uno detrás de otro, el resultado podía ser parecido. ¿Puede ser la vida de otra manera a veces? Parece que no, hay gente que nace en un círculo tan cerrado y estrecho que resulta un milagro su deserción. Los marañones/soldados de Lope de Aguirre abocados a las ruinas de sus vidas no tenían otra alternativa, la muerte o la locura; los personajes de La ciénaga no lo saben pero viven una situación similar a la de aquellos soldados de las tierras equinocciales, salvajes, locos en su continuo girar y girar sin un momento de respiro.
¿Dónde aprenderemos a ralentizar el tiempo, cuando? ¿No pasamos una parte importante de la vida hundidos en una ciénaga, barro, ruido, movimiento, ajetreo; un lugar donde nunca hay silencio? Debía estar más presente en el panorama literario y fílmico una escritura sin excesivos nexos, escueta, llena de las impresiones que los hechos aislados van dejando en la memoria, un modo de hacer en donde lo que cuenta es la capacidad del autor para suscitar en el lector o espectador el despertar de emociones paralelas, argumentos contrapuestos, quizás una síntesis dolorosa con la que blindarse contra los despropósitos y el destino.

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