
Vivíamos la oscuridad del lecho del amor y la luz se encendió y todo aparecía crudo, una parodia de los sentimientos que habían llenado sus almas poco antes. Dos caras, dos realidades, dos sustancias. Tú podías estar en ambas, verdad que un poco forzada; y cuando cambiabas de escenario apenas me conocías, estaba tu hija o los cazadores o tu marido te esperaba a la salida. ¿Dónde encontrar la propia verdad, la de él y ella de pies a metro y medio uno del otro en el aparcamiento a la salida del trabajo sorprendidos ambos, inquietos en el encuentro; dos mundos desconocidos el uno para el otro tratando torpemente de aproximarse, cada uno dando tímidamente razón de sus señas de identidad.
Había detenido la proyección de Padre e hijo, de Sokurov, para darse un respiro y encontrar palabras adecuadas para esa realidad que le negaba su comprensión. La mujer no era sólo un cuerpo y unas circunstancias, después de tropezar por casualidad en aquel estrecho pasillo de la realidad, una reunión de trabajo, el intercambio de algunas líneas, las cosas dejaron de ser lo que eran para transformarse en una sustancia nueva y primordial. Que esa sustancia dejara de ser tal para regresar de nuevo a sus ingredientes primeros, era algo totalmente incomprensible para él. Las moléculas que se unen por efecto del calor o sometidas a una presión por encima de lo normal, que lo hacen en circunstancias excepcionales, dejan de ser dos moléculas para transformarse en otra cosa. Algo irreversible. De ahí su incredulidad cuando los acontecimientos de un mes de noviembre soplaron como un ciclón sobre sus cabezas y vino a imponerse una intolerable dualidad. Y vino el tiempo de la tibieza, los días pasaron lentos, plenos en ocasiones.
Y acudiría la tristeza y cubriría temporalmente la tierra. ¿Y ocurrirá esto a menudo?, preguntaba el hijo, en el film. Si eres humano, durante toda tu vida, contestaba el padre. Durante toda la vida ocurrirá así, serán dos, distantes, lejanos, que sueñan haberse encontrado, pero que se despiertan solos todos los días en el lecho después de haber soñado una larga estadía con el amado. Eran las últimas secuencias. Está nevando, el padre se levanta, sale por la ventana y cruza el tablón que lleva a la terraza. Se oye: ¿Tú? ¿Dónde estás tú? Muy lejos. Y yo, estoy allí también? No. Estoy solo. La nieve lo cubre todo, gris, sin vida, el mar aparece blanco e inhóspito. El padre, descalzo, con el torso desnudo, se sienta sobre la nieve, mira la lejanía envuelta en la bruma. Fin.
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