Esta
mañana, mientras conducía camino de Griñón, se me escapó un gran
suspiro. ¿Qué suspiras?, me dice Victoria. Apenas fui consciente de
ello, ¿en quién pensaba? Enfilábamos la calle que lleva al
colegio; quizás pensara como casi siempre me sucede cuando paso por
aquí en mi antigua novia. Unos minutos antes el objeto de mi
pensamiento era mi hijo. ¿Cuántas veces me habré equivocado en la
vida obcecado en las revueltas de una emoción? ¿Cuántas veces se
equivoca uno en la vida? ¿Cuántas? ¿Y qué coño es eso de la
realidad que unos interpretan de una manera y otros de otra? Es asombroso la cantidad de cosas que le pueden pasar a uno
por la cabeza en un trayecto en coche que no dura más de diez
minutos.
Pero
no, no pensaba ni en ella ni en Mario. Lo que me hizo suspirar fue
una escena que contemplé el día anterior desde la ventana de mi
cabaña. Estaba trabajando en el ordenador cuando algo me llamó la
atención en el prado junto a la caña índica, un conejo daba
brincos de aquí para allá junto a una paloma y un par de mirlos que
picoteaban en la tierra. Compartían el espacio del césped sin
extrañarse unos de otros, cada uno iba a lo suyo, el conejo jugaba y
los mirlos trataban de pescar alguna lombriz entre las briznas de
hierba; la paloma emitía lastimosos zureos amatorios. Pensé que si
me movía y hacía notar mi presencia seguro que todos ellos salían
pitando. A la urraca que se posó en una rama de la acacia de
enfrente un momento después, seguro que le sucedería otro tanto. No
tendríamos que extrañarnos, el mundo está hecho así, el instinto
les dice a los animales quienes a su alrededor son los depredadores,
nada más nacer saben quienes les pueden robar la vida y a cuales no
tienen que temer.
Sólo los humanos parecemos no darnos cuenta de la presencia de los
depredadores, no sólo eso, viven a nuestro alrededor, se mimetizan,
se disfrazan y ni nos enteramos, o si nos enteramos sólo unos pocos
son capaces de ellos, el resto duerme el bendito sueño de la época
frente a Telemadrid y sus similares. Los depredadores en el género
humano tienen una cuantiosa fortuna y su enfermedad de por vida
consiste en incrementar aquella incesantemente; arrasan culturas,
países, demuelen cualquier parte del universo, buscan el provecho
por encima de toda consideración. Tienen a las leyes de su parte y
si no las fabrican a su acomodo; cuentan con la policía y el
ejército para sus fines propios. Los depredadores hacen uso de la
fuerza, pueden poner en cualquier momento fuera de la legalidad a
cualquier infeliz que proteste. Chomsky comparó la ley con una
telaraña; ésta está hecha para cazar pequeños especímenes,
carteristas, infractores de poca monta. No intentéis cazar con ella
un pez gordo, un elefante, ni siquiera atraparíais a un buen moscardón; de
moscardón para arriba la ley apenas sirve para nada. Y si no ahí
tenemos a los gunters de todo tipo, a los ratos, los camps, a toda
esa legión de terroristas que ostentan/ostentaban cargos de
presidentes de gobierno, las atrocidades de la CIA, los kinsinguers,
los buschs, los blairs. Como siempre la excepción confirma la regla.
Este es el mundo en que vivimos y el que la propaganda y la
ignorancia santifican en las urnas aquí y en todos los países del
mundo.
Construir
un sistema educativo que prioritariamente y sobre todo nos ayude a
librarnos de los depredadores; ese sería un buen objetivo. ¿El
pajarillo que cae del nido, el gazapo recién nacido, cualquier bicho
que ande por ahí, no es lo primero que tiene que aprender para
defender su vida? ¿Y nosotros, por qué nosotros no hemos de
aprender a identificar desde la primera niñez a los depredadores, a
los que hacen peligrar la especie, a los que queriendo montar
negocios con Irak no dudan en organizar una guerra destruyendo un
país y produciendo más 600.000 muertos, a los banqueros mafiosos, a
los políticos corruptos? Y aprender a hacerles frentes, a descubrir
su incontinente imbecilidad; seres que teniendo que morirse podían
dedicar la vida a actos gratificantes para sí mismo y para la
humanidad y que por el contrario son el horror social; a ellos, a los
hipócritas, a la mafia vaticana que confunde el mensaje de edificar
la iglesia de Jesús, como decía un chiste de Roto de hace días,
con el hecho de convertirse en una onerosa inmobiliaria planetaria.
Proponer
una nueva ley de educación que nos enseñe a llamar a las cosas con
su nombre, de manera que todo quede mucho más claro a la gente de a
pie. Decía ayer John
Lydon, el líder de los Sex Pistols, en una entrevista:
“No
soy corrupto, y por eso soy pobre”. No está mal esta afirmación
para empezar a entenderse. De entrada, si tienes mucha pasta ya eres
sospechoso, sospecha de ladrón; que nos quede bien claro desde los
primeros años de la escuela. En vez de aprender eso de que los seres
se dividen en vivos e inertes, hagamos la enseñanza más provechosa.
Si todo ciudadano que se precie tuviera bien claro lo que es un
ladrón, un mafioso, alguien que se aprovecha continuamente de los
demás, otro gallo cantaría. Eso, un código moral pegado en la
frente que nos recuerde qué es un cazador de elefantes, un
presidente del tribunal supremo, un director del Banco de España, un
aficionado al fútbol que ejerce, ¡santo Dios a donde hemos
llegado!, de presidente de Gobierno, un terrorista de bigotes primo
hermano de Blair y Busch, qué son esos chorizos que ganan más de un
millón al año para llevar a la ruina a un banco o a una caja.
Mamar
con la leche materna nuestra condición de seres expuestos durante
toda nuestra vida a la acción de los buitres y alimoches, los
primeros para las grandes tajadas, un muslo, un trozo del trasero,
una casa hipotecada, un país vendido al mejor postor; los segundos
para las tareas más finas, para zamparse con su puntiagudo pico la
sustancia de los rincones de más difícil acceso, usureros,
aprovechados de todo tipo, listillos con traje de ejecutivo
merendándose los ahorros del personal cachito a cachito, todos a
comprar acciones de Bankia. Mamarlo y saber que un terrateniente, un
tío con mucha pasta es con toda probabilidad un ladrón, un
mangante, un individuo altamente peligroso. Igual que sus abogados y
sus adláteres.
Suspiraba
sí, dichosos los animales que tan pronto aprenden a defenderse de
los depredadores. Vamos, que tan de mala leche me puso pensar en
estas cosas que a punto estuvo por aguarme el día, tal es la fuerza
que tiene en ocasiones la constatación de la realidad del día a
día. Por demás no es raro, mi lectura desde hace semana es la
amarga historia reciente de la humanidad, Naomi Klein, La
doctrina del shock, lo
que pone a mi cuerpo en amarga tensión. Es muy
penoso sentir que toda esta mierda apenas tiene solución; mientras
en nuestro cerebro no quede fijado físicamente un sistema de alerta
contra mangantes, depredadores y terrorismo de mercado o estado seguiremos, ele que ele, votando a los de siempre.
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