Durante
mucho tiempo he visto aparecer diariamente en la prensa esa noticia de dos
niños muertos, desaparecidos, acaso matados por el padre; no sé, no leo nunca esta
clase de noticias, sólo sé que diariamente aparecían, no llegué a leer nada
realmente. Son noticias de esas de las que la prensa amarilla suele sacar buen
partido explotando el morbo hasta la indecencia. A mí desde el primer momento
el rostro de este hombre me produjo una enorme piedad, de parecida manera a
como me la produce Breivik, ese personaje que asesinó fríamente en las cercanías
de Oslo a setenta y tantas personas. Golaud, en la ópera recién vista, mata a
su hermano Pelléas, que a su vez se ha enamorado de su esposa, Melisenda. También Golaud me conmueve.
Tampoco
Cristo se muestra muy condescendiente con cierta clase de desgraciados, un espíritu
soterrado de venganza recorre algunas partes del Evangelio: Mateo 25, 31-46, por ejemplo (“Apartaos de Mí, malditos,
id al fuego eterno”). Contra lo que se suele creer no es el Jesús del Evangelio muy piadoso con el prójimo;
recuérdese aquello de: El que sea
bautizado se salvará, el que no crea, se condenará (Marcos 16: 15-16), si
eres mi amigo, vale, lo tendrás todo, si no, vete a la puta mierda a cocerte en
el fuego eterno durante toda la eternidad (casi nada...). Y si escarbamos en el
Antiguo Testamento, lo que
encontramos es un Jehová celoso, egocéntrico, pero sobre todo vengativo en una
dosis de poner los pelos de punta a cualquier bienpensante.
De
todo esto, acaso la sentida declamación de Arkel ante el cúmulo de desgracias
que se ciernen sobre su casa, Si yo fuera
Dios tendría piedad del corazón de los hombres, resulta de todo una buena
nueva de la que los dioses y los humanos tendríamos que tomar buena nota. Arkel
había cantado momentos antes a la belleza, a la mujer; viejo y enfermo siente
en sí que no tiene otra manera de conciliarse con la muerte que llegar a ella
envuelto de lo eterno de aquellas; la
tristeza de todo lo que vemos... canta, le induce inevitablemente a refugiarse
en esa religión que días atrás a mí me parecía la única religión verdadera.
Amor y belleza, instancias últimas para
un mundo de locos a los que persigue, todavía, un ancestral y terrible espíritu
de venganza.
La
plaga de la venganza es una enfermedad de la que no está exenta los dioses; cuánto
menos lo estarán los humanos. La piedad es una virtud que raramente se prodiga
entre nosotros. En la obra que oí esta noche, el triángulo amoroso desencadena
una tragedia tras otra. No es mi culpa,
canta Golaud hacia el final. Golaud canta medio loco de arrepentimiento después
de dar muerte a Pelléas; hay que creerle. No le justificamos, pero sí podemos
llegar a entender hasta donde podemos llegar a ser víctimas de nosotros mismos.
Las pasiones por medio, las tantas locuras que pueden anidar en el cerebro del
hombre.
Lo
que ya no estoy tan seguro es si esta piedad debe extenderse, más allá del
individuo concreto, a entidades, por ejemplo, como Goldman Sachs, a la que Matt
Taibbi definió como "un calamar vampiro asfixiando a la humanidad".
Quizás éstas sean un reflejo que sólo es posible a partir de los condimentos
personales de ciudadanos de a pie. La monstruosidad de las pequeñas
contribuciones personales —en el mundo nadie se libra de hacer su breve aportación
al mal general—, la codicia entre ellas, hace posible que el ejemplo cunda y
nazcan esos otros monstruos, que acaso son una réplica de una extendida parte del
corazón humano. Lo que no quiere decir que ello justifique nada, sino que
apunta a dejar claro que el mal que tanto cunde en el mundo es sólo un reflejo
de lo que sucede en el alma de hombres y mujeres corrientes. La plebe, sea ésta
los alemanes de la Segunda Guerra Mundial o la de los musulmanes de días atrás
instigados por los salafistas, tomando como pretexto la película La inocencia de los musulmanes, no nace
esporádicamente de poblaciones totalmente sanas; la enfermedad que germina soterrada en el alma humana se desencadena en momentos de tensión hasta
adquirir proporciones monstruosas: delación, muerte, asesinatos, exterminio de
los judíos; la lista puede ser interminable.
Cuando
tantas voces se alzaban estos días atrás de manera destemplada pidiendo "cadena
perpetua para este desgraciado" (desgraciado en el sentido más peyorativo),
no era difícil sentir un ligero temor dentro de uno, ese tufillo que viene del
descontrol de la masa previamente calentada y exacerbada por algo, alguien, los
medios, y que lo único que hace es despertar al monstruo de la venganza que
anida en el alma y que la cultura y la civilización no han logrado domeñar
después de milenios de toma de conciencia.
Si yo fuera Dios tendría piedad del corazón
de los hombres.
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