El saltador de Paestum




Tengo a veces la sensación de que la mayoría de lo que leo se va por los imbornales de la memoria dejando nulo rastro de su paso; suceden, sin embargo, cosas curiosas. Me pregunta Victoria en alguna ocasión: ¿de qué trata lo que estás leyendo? Y con mucha frecuencia tengo que responderle que es uno de esos libros que cuando has pasado a la página siguiente ya no te acuerdas de lo que has leído en la precedente. Me sucede cada dos por tres; debe ser que uno es torpe y sin remedio. Viene al caso de el saltador de Pasteum; me lo encontré así, de golpe, en Butes, de Pascal Quignard, el libro que leo estos días. El caso es que nada más caer sobre estas tres palabras me sonó a algo conocido; paré la lectura, hurgué en la memoria y me lo localicé clarísimamente en una entrada de un blog que comenzó a escribir Angel Gabilondo nada más dejar de ser ministro, una de esas lecturas someras de recorrido por las páginas de los diarios de la mañana que no merecen tantas prisas y que desde el fondo de nuestras disposiciones parecen exigir, pese a la liviandad con que leemos, leo, una mayor dedicación. Y la prueba está aquí, mi memoria se resistió, pese a mi desatención, a dejar en el olvido aquella imagen del saltador, con la que Gabilondo quería hermanar otra dimensión de aventura frente a la famosa cascada de Salto del Ángel, en Venezuela.



La imagen del saltador sugiere a Gabilondo la disposición de quien se lanza hacia adelante con una firme determinación de hacer algo nuevo, "la articulación del “¡atrévete a saber!” del saltador de Paestum con el Salto del Ángel (un famosa aventura que llevo al aviador Jimmy Ángel a volar en picado junto a los novecientos metros de agua desplomándose desde las alturas de la cascada del Ángel, en Venezuela. Nosotros estuvimos bajo esa cascada hace años y hay que haber estado para comprender lo tremendo de la aventura), inspiran la labor que nos llama, la del pensamiento y la creación de nuevas posibilidades de vida en un contexto que parece clausurado, inexorable, finiquitado, abocado a caminos ya trillados y cerrados". El saltador de Paestum y el aviador del Salto del Ángel se convierten así en la metáfora de quien ha de enfrentar la existencia con ojos nuevos y pronta decisión; sumergirse en la realidad, reinterpretarla.
Una vez tropezado con esta bella imagen, que mi memoria retuvo sin que yo pusiera ningún esfuerzo por mi parte, no me queda otro remedio que recrearla y, volviendo a mi lectura de Butes, Quignard viene a decir que, "así como los cuerpos despeñados no tienen ningún control sobre sí mismos y no pueden detenerse ni frenarse, sino que la imparable caída trunca cualquier decisión y arrepentimiento, y no les es posible no ir a parar a donde habrían podido no ir, así también al espíritu no se le permite refrenar su ímpetu, si se lanza a la ira, al amor y a otros sentimientos"; lo cual, en la línea de Gabilondo, y traduciendo despeñarse por un lanzarse activo y lleno de coraje, sigue siendo un referente que busca en el contemplador la connivencia y aceptación de una idea sugestiva que incorporar a sus meditaciones, las mías, por ejemplo, de las cinco de la mañana de hoy, una madrugada fría en que el reflejo de las luces de la ciudad sobre las nubes daban al campo un aspecto de paisaje iluminado por una hoguera. También la imagen concierne a la naturaleza irreversible del tiempo, no es posible para el que ha lanzado la piedra recuperarla.
En el plano de las aventuras alpinas son notorias las situaciones de ascensiones en donde llegado a cierto punto es imposible el retorno, cierto paraje pendular en la escalada de la cara norte del Eiger, tras el cual no hay otra salida que el camino que lleva a la cumbre; la ruta de la cara oeste de los Drus que abriera Bonatti, la gran travesía en mitad de la pared oeste del Naranjo de Bulnes. Tener el arrojo de arriesgarse a superar cierto paraje de una pared de extrema dificultad, sabiendo que detrás pueden repartirse a partes iguales tanto la fatalidad de una encerrona sin salida como el exitoso camino de la cumbre, es una de las más admirables decisiones que el hombre puede tomar. No nos es posible no ir a parar a donde podríamos no haber ido.
A partir de ese instante los caminos pueden volver a bifurcarse imponiendo nuevas decisiones, pero ya será imposible volver atrás. La ráfaga luminosa de unos faros de automóvil barren repentinamente el campo por mi espalda, me vuelvo sorprendido, mas es sólo un instante, enseguida las luces giran hacia el norte y se pierden tras los rastrojos y los almendros camino del valle que acabo de abandonar. Misterio, ¿cazador furtivo, conductor noctámbulo que no puede conciliar el sueño, algún caco huyendo de la escena del robo? Que a hora tan temprana, cuando todavía no he acabado de despertarme y camino como un zombi a la espera de despabilarme un poco, a través de una vieja imagen recogida en la red, me vengan a la cabeza todas estas reflexiones, me invitan a persistir en mi hábito madrugador; buena forma de comenzar el día, me digo. Uno no se encuentra todos los días con el asalto voluntarioso de la memoria instigándolo a perseverar en determinada dirección entrevista como higiénica y muy estimulante. Sea lo que sea y aparte las deducciones que puedan hacerse de este hombre que, saltando desde las columnas de Hércules para zambullirse en el agua, como escribe Ángel Gabilondo, hacia las ignotas aguas del mar abierto, a lo no ya definido, nos lanza, quizá, a otras posibilidades de vida; lo cierto es que la escena destila salud.
Hay, sin embargo, una curiosidad final, que no menciona Gabilondo, y es que la pintura del saltador de Paestum fue realizada sobre la pared interna de la piedra que cerraba un sarcófago. Es decir, la pintura estaba hecha para los ojos del muerto, no para nuestros ojos. Lo hecho, hecho está, para el muerto la pintura no puede ser otra cosa que un ejercicio de autoafirmación y congratulación con esa propia vida que acaba de abandonar. Lo cual, no sólo no resta significación a la metáfora sino que la complementa, se convierte en símbolo de lo que ha de ser sustancia de nuestras disposiciones, de nuestra vida. 




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