Negrito, que ha salido
inteligente y muy dotado para subirse a los árboles, ya no sólo es capaz de
leer los versos de José Ángel Valente, como se veía el otro día en una fotografía
de mi muro, sino que el muy cabrón ha descubierto que allá, alrededor de esa
caseta de madera que yo clavé en el tronco de la acacia, vuelan con más
frecuencia de lo debido unos bichos alados que continuamente van y vienen llevándose
siempre en el pico algo comestible. Ya, ya le veía yo las intenciones estos días
atrás cuando empecé a contemplar sus ejercicios de alpinista sobre los troncos,
una de las maravillas, por cierto, que cabe contemplar desde mi ventana;
troncos gruesos a los que sin más se encarama y, con una velocidad inverosímil,
como si aquello fuera coser y cantar, patita aquí manita allí, trepa superando
los tres metros de la rugosa acacia en un plis plas. Todo un espectáculo; y
todo un espectáculo verle rehacer el camino de regreso.
La mucha sagacidad de nuestro
gato y su gran desenvoltura para trepar a los árboles, se ha convertido de
repente, sin embargo, en un problema, porque ahora, preparado como se encuentra
no tardará en asustarme a los pájaros. Eso pensaba ayer, pero es que hoy, en un
momento que he levantado la vista del teclado me he encontrado al precoz
Negrito tan ricamente sentado sobre el comedero y trepando posteriormente a las
ramas superiores persiguiendo a un par de carboneros que se estaban desayunando
sus pipas en las alturas. Tuve que salir a espantarlo; tío, le dije, si te
metes con los pájaros te mando un zapatillazos; pero no me hizo caso, siguió nervioso
buscando entre las ramas el objeto de sus deseos.
Esa fuerza que nos propulsa, y
nos dice: estás vivo, estás vivo. Sólo le
pido a Dios/ que la vida no me sea indiferente... canta Ana Belén; o García
Calvo, ayer mismo fallecido: Y ¡cómo bajo
la niebla/ va floreciendo el fuego!/ ¡Muera yo todo, muera,/ si no lo siento!
No existe la calma chicha en el mundo, el que más o el que menos vive rodeado
de anhelos y de secretas puertas que nos llaman misteriosamente como en el
relato de H.G. Wells, esa puerta en el muro que convive paralela a nuestra prosaica
vida profesional o familiar, que nos reclama con fuerza magnética hacia algún jardín
encantado que todavía retiene el perfume de algún anhelo.
Nuestros huérfanos, Negrito y
sus hermanos, ahora hacen guardia bajo el comedero de los pájaros, les inquieta
aquellos pajarillos que revolotean continuamente a su alrededor; dentro de unos
meses tendrán sus noches de amor y las horas de la madrugada recogerán sus
humanos y enternecedores maullidos de placer; mientras tanto juegan con pelotas
de goma y le gusta tumbarse en la alfombra y que les acaricies la tripita (¡y a
quién no!). Es decir, la tierra se mueve, nada nuevo bajo el sol.
