El Chorrillo, 30 de julio
Ayer trataba de explicar a una amiga el hecho de que una mujer concreta sea para uno en buena parte la mujer, la mujer en general que cerrando los ojos vemos en nuestra retina, con la que soñamos, ese ser, acaso sin huesos ni carne con el que el que el hombre de carne y hueso del que hablaba Unamuno, sueña. La feminidad y su corporeidad se aloja en cada mujer pero no se agota en ella, el universo femenino flota como un ideal en la imaginación del hombre y trata de concretizarse en cada encuentro con alguna de ellas, una viajera del metro, la esposa , una amiga, alguien que te dio los buenos días con la sonrisa de los ángeles. Todo ello está encerrado en la mujer que conocemos, en potencia, dispuesto a manifestársenos cuando besamos o acariciamos el cuerpo de una amiga. ¿Se comprende más ahora?
Colombo, Sri Lanka |
Me gusta la montaña, el mar, los caballos (no, que no es lo mismo, ya lo sé, solo trato de explicarme y buscar un ejemplo que me acerque a la idea que persigo), puedo pensar en ellos de un modo general, pero siempre hay una gran vinculación entre lo general y lo concreto y, determinada tarde ante el espectáculo apaciguador del sol que se sumerge en el horizonte, podremos sentir sobre nuestra piel la suavidad de otras orillas, el estiramiento absoluto de la lejanía de las aguas cuando a nuestro alrededor no hay ninguna tierra a la vista, podremos retener la belleza de sus matices cambiantes, la violencia, como en las tormentas, de sus enfurecidas arremetidas contra los negros acantilados de la noche, el fragor de su poesía, la suavidad de sus caricias cuando con los pies descalzos paseamos de madrugada por la playa. La suavidad de otras orillas, otros rostros, otros cuerpos.
¿No se concreta todo esto acaso, no está ello presente en el acto, en cada instante privilegiado que nos encontramos a solas con el mar, a solas con una mujer? ¿Y no son el mar y la mujer y la montaña y el desierto, todo aquello que en la intimidad de nuestro ser tiene la capacidad desbordadora de darnos vida, de hacernos existir con una intensidad inusual, la pura esencia del porqué estamos aquí? No precisamente sólo el mar en el que nadamos una tarde, todo el otro mar también, su idea, sus sugerencias, su profundidad, esa belleza que trasciende la inmediatez del agua que abraza mi cuerpo mientras nado en las apacibles aguas de una cala del Cap de Creus.
Y junto a esta idea que nos acerca a un cierto universalismo femenino, está otra que surge de las apresuradas relaciones que tenemos frecuentemente hombres y mujeres. Que a veces se quiera confundir esto de que vengo hablando con la necesidad compulsiva de follar a toda costa cada vez que se tiene un cuerpo bonito al lado, es de una lógica de cajón que se justifica malamente en un mundo tan apresurado como éste en el que cada vez se tiene menos tiempo para ejercer la sensibilidad y explotar todas nuestras capacidades y sensaciones de modo sensato, poco tiempo para vivir las emociones sin prisas, como se degusta una jarra de cerveza al final de una calurosa y larga excursión, se tiene poco tiempo para soñar como una adolescente con el primer amor, detenerse posiblemente ante el crepúsculo para bañarse con la nostalgia del dia, que vestido de gala y carmesí se dispone a despedirse de nosotros como una madre amorosa; en un mundo así no es difícil que perdamos la sensibilidad y reduzcamos nuestro encuentro a un intercambio de fluidos acompañados de apresurados jadeos y chirriar de delatores muelles de somier.
Una lástima que tantas veces sea así la cosa; follar sin prisas como quien tiene todo el día por delante para recorrer los valles y las montañas de la zona, descubrir el rumor de los arroyos, el siseo de las hojas del las hayas, la suavidad del sol sobre el cuerpo desnudo, añade otra dimensión a la dichosa cosa, pero insisto en esa calidad de lo femenino en que un cuerpo, como una hermosa montaña, en su esencia, aunque teniendo en cuenta sus particularidades concretas, en su esencia es algo con unas características universales que en sí constituyen el objeto de nuestro deseo. Cuando digo me gusta la montaña no estoy hablando del Aneto, del Posets o de la Pica d'Estats; es en la ascensión de alguno de estos picos en que mi amor a la montaña se realiza, se cumple. El problema de la unicidad, la individualidad de que queremos revestir nuestra persona y la manera en que hacemos el esfuerzo de significarnos respecto a otros, el negarse a sí mismo esa representación de un género, rompe en ocasiones esta naturalidad que se desprende de nuestra piel para encontrarse con el otro, lo otro, lo no yo que tanto deseamos acariciar y besar.
El otro día, que escribía un post que se titulaba Hoy va de tetas, sucedió un fenómeno curioso, la curva de los visitantes del blog que normalmente se mantiene con cierta estabilidad, ese día se convulsionó y dio un respingo a la alza desacostumbrado. ¿Alguna deducción? No es necesaria, es obvio el interés que ciertos términos y cosas despiertan en nosotros; para qué engañarse. Se habla de todo en nuestro mundo pero se quiera o no algunas cosas importantes todavía viven bajo el acoso de lo no decible, de no expresable. Algo parecido le sucede a los procesadores, a esta aplicación de Android en la que escribo, que funciona bastante bien y que te corrige todo lo que tecleas mal, le pones encima una palabra que todo el mundo conoce de sobra, tetas, por ejemplo, y se le pone los ojos en blanco; para la aplicación no existe tal cosa, negar la realidad evidente por el simple hecho de no pronunciarla, no decirla. Algo así sucede todavía, pese a que digamos lo contrario, entre estas cosas de hombres y mujeres; y como consecuencia los malentendidos, la tergiversación de la obviedad, y que tengamos que recurrir a largos circunloquios para expresar verdades sencillas y corrientes. No niego que haya, pueda haber, una relación a dos inquebrantable y que no necesite de terceros, cuartos o quintos para desarrollar una sexualidad y un afecto consecuente, pero no me parece lo más natural, lo que yo entiendo por más natural está en el orden ese en que para el hombre no existen barreras internas, ni su deseo se acaba y termina en esa pareja que tan prolijamente la sociedad, la iglesia, el estado apadrinan. Otro asunto es la conveniencia o no de etc., pero que al menos en el hombre, no estoy tan seguro en la mujer, la poligamia, el deseo vuela constantemente más allá del encerramiento matrimonial o de pareja es una obviedad que avalan todas las costumbres y la literatura de todos los tiempos.
De este desencuentro entre la realidad y la práctica, o entre la realidad y las conveniencias y prácticas sociales del momento, nace acaso y en gran medida la abultada hipocresía con que nos movemos, la doble moral al uso, la consideración del acto sexual fuera de la pareja habitual como algo sucio y pervertido. Creo que el mundo está necesitado de una temprana y continuada educación en relación al uso de nuestros respectivos cuerpos, sea por los que se avergüenzan de darse placer a sí mismo, quererse a sí mismo con tesón, sea por aquellos otros que necesitan, necesitamos todavía descubrir y experimentar la esencia de lo femenino, acaso remotamente una parte de nosotros mismos en alguna fase de nuestra, nuestras vidas, que, como mantenía Platón busca ayuntarse con un consigo mismo desgajado de nosotros en otro tiempo, que se nos aparece en forma de otro, a: la mujer, el hombre. Hombre y mujer con artículo determinado.
Quizás anecdóticamente estemos todavía en pañales en estas cosas. De lo que se trata es de levitar siguiendo las señales, esos garbancitos como hitos que nuestra biología ha ido inseminando en nuestros neurotransmisores y sistema hormonal. Y puestos a ello levitar con naturalidad, sin tergiversaciones, como Dios le dé a entender a cada uno según su constitución e inclinación. Cada uno levita como puede, Teresa de Jesús y san Juan de la Cruz se lo montaban en plan místico, y el último descaradamente amoroso con su Amada, aunque lo pusiera con mayúsculas. Otros levitan, levitamos con otras diosas menores, pero la cosa va de lo mismo sin muchas diferencias. Que uno merodee por las proximidades del orgasmo pensando en su chica favorita o que lo haga pensando en un supuesto dios que te llena el cuerpo de placer, obedece a la misma ley universal que, como la ley de Newton, nos atrae unos a otros con una fuerza proporcional a como nuestro cuerpo ha sido apalancado por los encantos de una fémina, ha sido atraído por su especial modo de vivir, pensar, moverse, sonreír o incluso por su capacidad de convertirse en parte de nuestra alma gemela; ese feeling que todos deseamos que hubiera cada vez que nos encontramos con una mujer, un hombre que nos gusta.
Kandy, Sri Lanka |