La pasión de acariciar un cuerpo


  
¿Llegará el momento en que acariciar un cuerpo, otro cuerpo, deje de ser una pasión, la tierna expresión de nuestro yo, el vínculo más poderoso que lleva a encontrarnos con el no yo, esa otra mitad de nosotros mismos que en algún tiempo del pasado se desgajó de nuestro cuerpo, nuestra alma, para convertirse en mujer y conseguí con ello engendrar en nosotros un permanente anhelo de reencuentro? Sí, ¿qué sucedió en una vida anterior, en la constitución interna de la temprana infancia para que se inoculara en nuestra constitución esa búsqueda, la persecución de unas manos, unos labios siempre deseosos de besar y acariciar el alma de todas las cosas, la mujer, acaso esa mitad de nosotros que perdimos en el tránsito de alguna lejana reencarnación?

Me he levantado hace unos minutos y, sin llegar a quitarme las legañas de los ojos, he comenzado a escribir estas líneas posiblemente motivado por el recuerdo de una amiga a la que todavía sólo conozco a través del ciberespacio. Cuando estaba terminando el párrafo  anterior me ha sorprendido sobre los cristales de la ventana un revuelo de alas. Mi cabaña, que está rodeada al norte, oeste y sur por cristales, engaña a veces a los pájaros que entran en ella haciéndoles confundir la realidad neta del aire con el juego engañoso de una pequeña cárcel de cristal en donde están apresados sin apercibirse de ello; los pájaros creen estar en el aire y lo que están es más presos que todas las cosas.  Quizás necesiten leer algún libro o que un alma caritativa les eche una mano para que lleguen a comprender su situación. ¿Recordáis El ángel exterminador, la película de Buňuel en que unos personajes se encuentran encerrados por paredes invisibles que no pueden atravesar?

La pared invisible que mediatizada nuestra aproximación, las convenciones, los hábitos culturales, tantas veces contra natura, nuestra concepción moral heredada, aquí de los tiempos del franquismo tardío, de la execrable institución eclesial. Bua...  No era de esto de lo que quería hablar. Dejo un momento esto, hago unas fotos del prisionero que se ha metido él solo en la jaula de cristal de mi cabaña, lo cazo en un rincón, creo que es un carbonero, y lo llevo al exterior. Feliz él, ya es de nuevo libre.

 ¡Qué invento la tablet! Uno termina por descubrir el mundo unos siglos después de haberse inventado, descubrimiento como llovido del cielo ahora que me marcho ya mismo a ejercer de vagabundo por el Pirineo y se me presenta este aparato como ideal para seguir dialogando conmigo mismo y con alguno de mis lectores a cualquier hora del día o de la noche. Te despiertas, echas mano a este invento y empiezas a contarle cómo a buen amigo lo que te pasa por la cabeza en ese momento, lo que has soñado, el cuerpo bonito que te gustaría acariciar nada más salir del sueño. Buen compañero para un solitario.  Por cierto que el otro día pillé en el muro del trotacaminos Manuel Coronado un proverbio chino que rezaba así: "Si caminas solo irás más rápido, si caminas acompañado llegarás más lejos". Ya tengo en que pensar, escribí en un comentario a Manuel. Lo que resultó de mi reflexión es que no necesitamos ni ir rápido ni ir más lejos. Asentado aquello de que lo de llegar a Ítaca no es ninguna ganga y que de lo que se trata es de vivir el camino,  o, como decía la entrada de otro muro, el de Montse Roqué: Besa lento, ama de verdad, ríete sin control y, además baila y camina... ; que de lo que se trata, decía, es de estar lo más ricamente instalado en el presente, tanto monta ir sólo como acompañado; depende de las circunstancias, de lo a gusto que puedas estar contigo o acompañado.

Era un inciso. Antes de perder el hilo hablaba de caricias, eso que de una manera u otra, un tanto camuflado muchas veces, muchos usuarios del Facebook, más usuarias que usuarios (ya se sabe que los hombre somos menos explícitos con estas estas cosas) aventan en sus muros como la gran panacea de la vida, el amor. Querer y ser querido parece que sea el objetivo más universal del ser humano. Nuestra innata inclinación a amar, sin embargo, parece tener sus reglas. En este mundo todo son reglas; el Estado, la Iglesia, las instituciones, todos quieren meternos en el corsé de su normativa. Niños chicos nosotros que no tenemos capacidad para pensar sólitos y necesitamos del continuo beneplácito del obispo o de los legisladores de turno para amar libremente a quienes nos plazcan, en plural, a quienes suscitan nuestro deseo o nuestra ternura.

Junto a esa inclinación que damos por sentada de amor universal hacia los otros, generalmente más evidente y común si son del sexo opuesto, se observa también cierta cautela de quien es querido en el sentido de que desea ser querido por sí mismo, en su yo diferenciado de los otros; ese yo por otra parte tan difícil de definir. ¿Qué es eso del yo, en qué consiste eso que con los ojos cerrados tratamos de percibir cuando nos encontramos cada mañana frente al espejo, ese al que por la razones que sea le sorprende un agudo y fortísimo  dolor en el costado, dolor que se produce en ti y no en el vecino de enfrente? Sin embargo también hay un yo universal del que el yo forma parte y que refleja la universalidad de nuestros yo concretos.  Entre la universidad y la particularidad se debería tender un puente que para muchos o no existe o, estando tan absorbidos por su propia mismidad, no dejan opción para ofrecerse, comportarse  para los otros, los otros no tú, como sencillo perfume de feminidad, masculinidad; perfume que como la abertura de un vestido por donde asoma el incipiente nacimiento de unos senos, se expande en el ambiente del metro, de la calle que transitamos dejando en el aire una fragancia que aquellos, dichosos disfrutadores de lo femenino,  paladearán con los ojos cerrados como un regalo de los dadivosos dioses. Perdidos perfumes de la calle que asaltan tan de continuo al distraído viandante dejándole borracho de anhelos y caricias.

.... Y sucede que escribo y escribo y la hora avanza y el calor empieza a apretar y yo debo todavía cumplir con mis obligaciones de jardinero. Así que punto. Sí hay oportunidad ya volveré con esto después de fumigar los frutales, quitar hierbas a algunos parterres y disponer algún alambre en el pastor electrónico para que nuestros perros no se escapen.

Resumiendo y retomando estas notas en la hora de la siesta, que hay pasiones universales que necesitan para realizarse, como farragosos ventanillas de un ministerio, un proceso largo en exceso y que por consiguiente debería habilitarse un común modus vivendi que nos permitiera acceder unos a otros sin tantos rodeos y dilaciones a esos jardines encantados con los que todo, toda hija de vecino sueña.

Y vuelvo al principio: ¿Llegará el momento en que acariciar un cuerpo, otro cuerpo, deje de ser una pasión, la tierna expresión de nuestro yo? Es posible, estamos apresados en el tiempo y a no más tardar, como no nos apresuremos se nos habrá pasado la hora, habremos perdido un montón de trenes y no nos quedará por delante más que el triste recuerdo de anhelos que no pudieron o no supieron encontrar su destino.