El
Chorrillo, 4 de agosto
Jugar con las palabras, el calor
del verano y lo que sucede alrededor de ese calor puede resultar un deporte.
Hoy se me ocurrió jugar con eso que en términos formales llaman onanismo. Ahí
va mi divertimento de esta mañana.
Se ve que el ocio y la ausencia del trabajo de caminar desde las horas del alba producen en uno sueños extravagantes, como en los grabados de Goya, ¿extravagantes?, en las horas cálidas del verano. Es la tercera entrada en estos días que me paseo en este blog por los caminos "extraviados" del sexo y sus concomitantes. Quizás tenga que ver con el hecho de que en esta época del año uno no use en el recinto de su casa o jardín otra ropa que la que Dios le dio en el momento de su nacimiento, lo que hace que el sujeto en un momento u otro del día o de la madrugada caiga en algún tipo de reflexión sobre esa cosa que cuelga entre las piernas, sus conmilitones, los ángeles de la tierra, las lágrimas y los susurros que se mezclan con la brisa que enreda sus cabellos en las ramas de los álamos. Cosa de magia, seguro, uno se despierta, zascandilea un poco de acá para allá e inesperadamente el susurro lejano de un arroyo cantarín viene a despertar su libido. Bienvenida sea, mi señora, pase, está usted en su casa. Y si además estás solo en el hogar y no tienes esperándote un zumo de naranja ni aguardas a que venga el mensajero que te traiga el periódico o al lechero que te deje en el umbral de la puerta la correspondiente botellita para el desayuno, pues eso, ¿qué mejor que centrarte en ese rumor de ángeles que poco a poco viene aproximándose dulcemente a tu cuerpo?
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Sirak, Irán |
Conozco hombres y mujeres que
ante la circular indagación sobre si se masturban o no, te contestan con una
sorprendida apertura de ojos, como quien dice, por favor... esas cosas, yo. Algunos
deben de pensar que si la cosa no entra en el ámbito de lo pecaminoso desde
luego no honra al que lo práctica. Hombres, porque aquello se hace con las mujeres, mujeres porque... no sé, por
algo parecido relacionado con... ella se sentirá orgullosa por un buen revolcón
en la apacible e inocente profundidad del bosque, en el recodo de una cala en
donde los visitantes son escasos, pero sentirse parlanchina y comunicativa por
un rato de gozo solitario en la intimidad de la hora de la siesta, eso me parece que no.
¿Y él? Por favor, sin comentarios, o esas cosas no se comentan o son el top secret guardado bajo las siete
llaves de la intimidad, el rubor se subiría a las mejillas de aquel que
pretendiera subrepticiamente dejar entrever su condición de manipulador de sus
propios geniales; hasta ahí podíamos llegar, por favor. Además los hombres
somos muy hombres como para dejar entrever ciertos deslices que acaso mermarían
eso que muchos denominan su hombría. :)
Por otra parte hay que decir que
aquellos que inventaron las palabras que nombran los actos de los hombres y
mujeres, anduvieron de lo más errado al encontrar en el feo y poco agraciado
término de masturbación la palabra que define un rico repertorio de encuentros
con uno mismo y con la imagen virtual o auditiva de las almas de sus deseos.
Tampoco la voz popular, tan viva y acertada en otras ocasiones, tuvo mejor
suerte cuando acuñó el término hacerse una paja. Todo funciona de manera como
si quisiéramos adjudicar a las cosas del sexo un valor elusivo, tapar bajo la
cubierta de una palabra llamada obscena la contundente fuerza de algo que
afecta a la vez a un deseo improrrogable y a nuestra más íntima búsqueda del
otro en nosotros. Así, algo que es tan vital en nosotros como el cerebro, Woody Allen
escribió humorísticamente que la segunda parte, la segunda, más importante del cuerpo es el
cerebro, podemos tender a trivializarlo; ¿rubor social?, mediante expresiones
que alejan de nosotros esa implicación del deseo y de nuestra intimidad ante
los otros para convertir de palabra el acto sexual en una parodia que bien
puede asemejar la cosa a la satisfacción que da una buena comida: un buen polvo
el de aquellos noche, ¿recuerdas? Lo que tampoco está mal, dado que un buen
polvo siempre es un buen polvo aquí o en Pekín. Sin embargo a la larga no
resultan del todo convincente, al menos para usarlo como limitado vehículo de
expresión.
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Musgos, Tierra del Fuego, Argentina |
Ahora, dejando a un lado las
cuestiones de semántica y volviendo a los hechos, siempre tan ubicuamente
presentes en la mente de todo ciudadano bienpensante, también en los gatos y
demás especies animales, por cierto... Mejor hago una pausa y hablo de mis gatos, que yo creo que viene al caso. Hace un año adoptamos en casa a cuatro gatitos, dos
machos y dos hembras. Se hicieron mayores enseguida. Estaban a partir un piñón
y como consecuencia hubo gatitos pronto, seis en un parto. Llamamos al
veterinario y castramos a las gatas. Los dos machos, que eran los más cariñosos
y receptivos, ante el cambio de actitud de las gatas no tardaron
en desaparecer. No les hemos vuelto a ver el pelo... seguro que todavía andan
buscando a la otra parte de su yo en alguna gata de los alrededores. De
paso, ¿de verdad creemos que somos tan diferentes a los gatos u otros bichos en
algunas cosas? Cierro paréntesis, vuelvo a ese dejar aparte las cuestiones de
semántica. Dejándolas aparte uno desearía que todo esto circulará por nuestra
conducta y nuestro pensamiento de la misma manera que lo hace el viento o se
mueven las olas. No sé cuántas vueltas habrá que dar a la ciudad de Jericó para que sus murallas se vengan abajo, pero desde luego no nos vendría mal a las relaciones
con uno mismo y con los demás, que haciendo un esfuerzo termináramos derribando
barreras y llegáramos a relacionarnos con nuestros cuerpos y con el cuerpo de
los demás con una deseada natural espontaneidad que alejara de nosotros toda la
retorcida mojiganga que nos han caído encima desde siempre.
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Desierto de Atacama, Chile |