Abonar las raíces del día que comienza


El Chorrillo, 25 de noviembre
 Estos días me alimento, como si de un niño o adolescente se tratara, de libros de aventuras, un perro inteligente y servicial, la larga y penosa tarea de remontar un río cuando las cascadas y los rápidos se interponen por medio y hay que transportar toda la impedimenta por tierras pantanosas y abruptas, el frío, las largas noches de invierno del extremo norte de América. Recuerdo que estos años atrás mis primeras lecturas de la mañana tras el desayuno eran textos de Alan Watt, Lao Tse, Zhuang Zi, cosas así casi siempre para abonar las raíces del nuevo ida que comenzaba. Esta temporada, después de zanganear medio año pateando, ese verbo que tanto gusta al amigo Manuel Coronado, el hombre de las miles de leguas bajo sus pies, pateando España, mi ánimo se encuentra más dispuesto a lecturas bien diferentes, bien que también éstas abonan sin lugar de dudas las raíces de estos últimos días de otoño, estas jornadas frías que tanto van en sintonía con el ambiente de los libros que leo. Doy mi paseo matinal, o si me he acostado tarde o se me pegan las sabanas lo omito, desayuno y enseguida me bajo a la cabaña y enciendo el fuego en la chimenea; ya entran a esta hora los primeros rayos del sol. Con el sol calentándome las piernas y con la llamas ardiendo de viejos troncos que yo mismo corté años atrás, me dispongo a la lectura como ese niño de La historia interminable que, escondido en la buhardilla leía absorto durante horas, ese mismo libro que mi alumnos más grandes devoraban con tanto gusto. Tengo que confesar que leo con mucho más interés también yo estas cosas que las sesudas reflexiones de Laín Entralgo. Además, creo que a alguno de esos filósofos de la actualidad que están en el candelero le sucede lo mismo leyendo cosas como la Isla del tesoro, de Stevenson.
Mario y Lucía (¿por qué estaría tan enfadada?) con su mami


Aquí está el secreto de la felicidad, decía el otro día un personaje de la película Rey de corazones, y señalaba con el dedo índice su cabeza. En Rey de corazones, una numerosa familia de locos queda abandonada por los alemanes a su suerte en un pueblo ocupado, ante la inminente llegada del ejército inglés. Sus vidas a partir de entonces pasan a ser un derroche de imaginación, una hermosa aventura de locos que la extrema cordura de los habitantes, llamados normales, jamás habrían llegado a conocer mediatizados como estaban, estamos, por juiciosos y razonables comportamientos. En el film cada cual busca de inmediato hacer realidad alguno de sus sueños favoritos, uno se hace conde, una pone en funcionamiento un colorista  y divertido prostíbulo, el sueño de un peluquero se hace realidad, cada cual encuentra su acomodo en el interín de esa aventura que sólo durará hasta que los alemanes y los ingleses, los verdaderos locos de la historia, se maten a escopetazos unos a otros antes de recibir con este acto conclusivo a los franceses que se harán definitivamente con el pueblo.
Cristina la valiente y family
Mariete diarreico en el desierto tunecino

El quid del verdadero conocimiento de la realidad consiste en averiguar quienes son los locos y quienes los cuerdos. Que yo me dedique estos días a leer libros de aventuras como un chiquillo, evitando sistemáticamente el acto de abrir las páginas de los periódicos, quizás tenga que ver con esta idea. Las aventuras en las que me sumerjo estas mañana tienen bastante en común con mis descubrimiento de estos últimos años, como ir reconociendo en la propia piel que la hora de los milagros de un día de invierno ronda aquellas otras del alba; éstas y otras “excentricidades” de parecida condición, y dedicarse a recorrer el mundo, las montañas y las orillas de los mares en ese prodigioso momento, echándose en manos del frío en invierno y del calor en verano para satisfacer esta rara predisposicón, constituye la puesta en práctica de un profundo conocimiento que uno va aquiriendo de la realidad que lo circunda y de la realidad que uno mismo es. Si alguien adquiere un conocimiento de la vida y del mundo y no lo usa para provecho propio eso sí que es ser un tío raro, si estudias ruso y no te das un paseo por San Peterburgo para recrear tus lecturas de Chejov junto a la orilla del río Nevá, tío, no sabes lo que te pierdes, ¿de qué te sirven tus conocimientos, tus lecturas, si no sigues los dictados de los placeres que ellas te sugieren? Yo tenía un vecino cuando vivía en Serranillo del Valle que, cuando regresábamos toda la familia tras un largo verano de recorrer una parte importante del mundo, llenos nuestros ojos de rostros, paisajes, museos, montañas, mares, fiordos, llenos nuestros ojos con el herrumbroso y penumbrado color de los cuadros de Rembrandt, iba y nos decía que él no necesitaba tomarse tanto trabajo, que todo eso lo veía él en la tele.
En el tren de Diyarbakir-Estambul
No seamos torpes, hombre, sepamos ver quién está realmente zumbado y dejémos que la locura corra por nuestras venas. Sigámonos envenenándonos, como les decía yo el otro día a Laure y a Manuel, con nuestra Pedriza, con los caminos, con esas aventuras que hacen que los años de la vida pasen luminosos y espléndidos por nuestras retinas y nuestros corazones. Quizás deba aclarar para finalizar que las aventuras no sólo transcurren allende los mares o los paisajes exóticos, que también ella, la locura, anda merodeando por talleres y laboratorios, un medio que mucho tiene que ver con el trabajo de explorar tierras ignotas (naturalmente tengo en mente al amigo Antonio, este año trabajando en Burdeos).
En autobús entre Dakar y Bamako (Malí)

Las aguas del río Beni en la cuenca del Amazona