El Chorrillo, 24/11/2013
Toscas y
propias de un momento fugaz, así me parecen las palabras que uso en ocasiones,
hace dos, tres días, meses, porque la realidad huye de las manos, se escurre
inaprensible y, queriendo retenerla escribiendo sobre ella algo se rompe, se
afea, queda como una mala reproducción; como esa flor ante la cual detenemos
nuestro caminar y, para quererla mirar más de cerca y contemplarla a nuestro
gusto, la arrancamos. La flor arrancada ha perdido su encanto, es un ser
muerto. Así nos acercamos en ocasiones a las cosas, el otro día a un culo
bonito, hoy acaso a la impresión agridulce que me deja la visión de Candilejas, de Chaplin. En el aire
quedan quejidos inaudibles que hoy llegaban a mis oídos mientras Calveiro,
Chaplin, sentado en el borde de la cama de su vecina a quien había salvado la
vida, hacía un emocionado discurso para animarla a cobrar ánimos después de un
intento de suicidio. Quejidos, vamos, la incapacidad por no ser capaz de
expresar apenas un parte mínima de lo que merodea por dentro de uno cuando la
emoción hace acto de presencia. No se necesita que el asunto sea abultado, la
emoción puede brotar de cualquier hecho con apariencia anodina. Apariencia,
digo. Y el otro día, por ejemplo, fue la contemplación de un cuerpo. El asunto
es que la posibilidad de expresar la emoción es tarea difícil que fácilmente
puede quedar en eso, en tosco intento.
Uno, que
chapucea de continuo con las palabras, siente a ratos, como hoy, el pinchazo de
la insustancialidad flotando entre los párrafos ante la dimensión de la emoción
suscitada aquí o allá por una película, un libro. Hay un personaje en una novela
de Pennac, El dictador y la hamaca, que
muere viendo una película de Chaplin. Tras la finalización del film, la
acomodadora mira absorta los ojos del espectador en cuyos pupilas ella todavía
podía leer las fuentes de la emoción. La emoción es indecible, pero honda y
penetrante lo suficiente como para provocar la muerte del personaje. Me sonaba
haber escrito ya algo sobre esto y me fui a buscarlo en el Google y lo
encontré, fue un mes de julio en Johannesburg, y la emoción que entonces me
llenaba había nacido días atrás antes de abandonar Bombay junto a una amiga con
la que había viajado durante un mes por India y a la que despedí al día
siguiente en el aeropuerto. No recuerdo el hecho concreto que la provocó, pero
Chaplin me ha servido de enlace hoy para reencontrarme con una idea que
entonces fue fértil. En aquel día se juntaron hechos distintos que debieron de
contribuir a afinar mi sensibilidad. Por una parte las calles de Bombay junto
al hotel en que nos hospedábamos habían quedado inundadas en algunos sitios con
agua hasta la rodilla y nosotros nos habíamos tenido que “pasear” por aquella
inundación en busca de un cajero durante medio día un tanto asustados porque nos
habíamos quedado sin dinero; no podíamos pagar la cuenta del hotel y al día
siguiente Margarita, mi amiga con nombre de flor, tenía que coger el vuelo para
Madrid. Después se trataba de la noche de la despedida. Nos habíamos conocido
dos meses atrás a través de mi blog mientras yo viajaba por Malasia e Indonesia
y la emotividad de la despedida después de cuarenta días de recorrer Sri Lanka
y una parte sustancial de la
India profunda juntos había dejado nuestros organismos en un
alto estado emocional.
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Bombay un día de monzón |
Venía a decir
en aquel post que lo que hay que hacer para alcanzar la sabiduría era
rastrillar la vida y buscar con la lupa aquello que durante nuestra existencia
ha aventado nuestras emociones, todas aquellas situaciones que nos han hecho
sentirnos amorosamente bien, a fin de que ello nos ayude a reconocer las
fuentes de la emoción.
Estas cosas
podrían compararse a las crestas de tinta que dejan sobre un cilindro las
líneas de un cardiograma. Observando las mismas, esos picos que se dan en
instantes que sentimos la emoción palpitar con fuerza por dentro, y reteniendo
a posteriori las circunstancias en las que éstos se producen, sería posible
obtener un buen conocimiento de la manera que tiene de respirar nuestro
espíritu; qué nos emociona y conmueve, qué nos jode, que nos aburre, que nos
hace vibrar. Las emociones como un excelente camino para conocernos un poco
más.
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Día de playa en Bombay... pero todos vestidos y diluviando |
Acaso las
emociones que son provocadas por los otros, como era el caso de la actuación de
ese excelente comunicador que es Chaplin, como es el caso de tantas obras de
arte, de cierta música, o algunos libros, determinadas experiencias, estén
estimulando una parte importante de nosotros, siendo el momento de la emoción,
como le sucede al personaje de Pennac, una estimulación de sentimientos,
percepciones, sensibilidad ante la belleza, que de no ser vivida -la emoción-
nos mantendría en un tosco primitivismo. Las emociones que recorren al
personaje de Candilejas son un
excelente muestrario de muchas facetas importante de nuestra condición humana:
el desamparo, la gratitud, el amor, la soledad, el reconocimiento de los demás,
la amistad, la desesperación, el altruismo. Si echamos un vistazo a las grandes
pasiones que mueven el mundo y las comparamos con éstas, no es difícil darse
cuenta de que si el mundo funciona mal es porque no sabemos escucharnos a
nosotros mismos y no nos comportamos siguiendo nuestra naturaleza más
elemental. Si, como decía alguno de esos extremadamente ricos americanos, a él
le producía orgasmos ganar grandes cantidades de dinero, no será porque sea muy
sagaz, simplemente se trata de un enfermo.
No hay
ninguna de esas emociones tan humanas que mencionaba más arriba que tenga que
ver con la explotación de los otros o con la acumulación de propiedades y
dinero. Actitudes así me parecen más propias de personas torpes y mermadas por
el resplandor de unos fuegos de artificio, que otra cosa. Las fuentes de la
verdadera emoción están en otro lugar. ¿Dónde está la tuya, la mía, la de tus
hijos, de tus amigos, de la gente que quieres? Pues eso, ese parece que sea el
camino, indagar por sus orígenes y tratar de ser fieles a ellas.