El Chorrillo, 30/11/2013
Estoy irremediablemente perdido entre las tierras del norte
del Canadá y las desérticas arenas del Asia Central. Entre estas dos lecturas
caben algunos trabajos en la parcela, un buen rato de estudio de inglés y poco
más. Estos días todas estas obligaciones no
consiguen dejarme acostar antes de bien entrada la madrugada. El autor de mi
libro de ultima hora, Colin Thubron, The
Lost Heart Of Asia, viajaba esta noche entre Bukhara y Sarmankanda; yo le
había dejado en el autobús para irme a la cama, cuando a mi derecha, sobre la
mesa de cristal me tropecé con un volumen que me espera desde hace un año, el
segundo de Bernard Ollivier, un viaje solitario a pie a través de la Ruta de la Seda , algo más de diez mil
kilómetros por delante de estepas, desiertos y países donde la burocracia
impide caminar cien metros sin tropezarte con un policía.

Contempla pasar la caravana de la vida,
captura la alegría de cada instante,
no te inquietes, Saqi, por el mañana de tus comensales,
ofrécenos la copa, vierte el vino, escúchame: la noche se marcha.
Lo cual es un consuelo para mí que tantas veces me veo
dando vueltas y más vueltas a parecidos asuntos, mirándolos casi siempre desde
la óptica de un enamorado del mundo que pateo -montañas, llanos o las riberas
del los mares- o desde el otero de esos otros amores que pueblan la concavidad
de los propios sentimientos, que nacen y mueren de continuo en el fulgor de
alguna emoción o que crecen o hibernan en lo hondo del corazón. Probablemente
esa sea la vida, that’s life, por más
que la riqueza de posibilidades pueda extenderse hasta el infinito.
¿A cuento de qué todo esto? Pues no sé, probablemente a cuento
de esa incapacidad que encuentro esta noche de desasirme de las parecidas ideas
que rondan constantemente mi pensamiento. Mis gafas de ver la realidad y de
situarme frente a ella a lo largo de tanto papel escrito parecen necesitar de
un golpecito en el hombre que diga, sí, hombre, adelante: caminante no hay camino, sino estelas en la mar. Las estelas que va
dejando la vida, como el aire que expiramos, como lo que escribimos, lo que
amamos, las emociones que recorren nuestro cuerpo.
Pura y reiterada vuelta a comenzar, el eterno retorno a las fuentes. Después
nada, kaput, se acabo.
Omar Khayyan: escúchame, la noche se marcha
captura la alegría de cada instante,
no te inquietes por el mañana.
Esta clase
de fórmulas que tan frecuentemente vemos aparecer en los muros de las redes
sociales y que constituyen la sabiduría condensada de siglos de experiencia de
vida. Y así sucesivamente. Si cumpliéramos cuatrocientos años de vida nos
veríamos obligados a seguir repitiendo la misma sabiduría milenaria que nos
señala el camino más idóneo para pasar a través de los años de la existencia.
Omar Khayyan, el poeta de la alegría y del vino no habla de otra cosa en sus
versos.
Preparando la huerta y los geranios para el invierno |
¿Cuántas
veces habré visto escrito en diferentes lugares y épocas esa idea de que
viajamos para encontrarnos a nosotros mismos? ¿Anaïs Nin, Khalil Gibran,
Conrad, esta noche Bernard Ollivier? Viajamos, escribimos, amamos y siempre,
siempre en nosotros ese afán de conocernos, de penetrar la naturaleza del ser,
de nosotros mismos, de los otros. Cuando caminamos, cuando viajamos,
¿caminamos, viajamos hacia nosotros mismos?