El Chorrillo, 15 de
febrero de 2015
Tarde apacible de domingo, de fructífero hacer nada.
Mientras me tomo un té verde en una taza de barro muy cuca que apenas uso y que
me regalo mi suegra años ha, trato de poner en orden mis ideas. Sucedió que le
daba vueltas a un asunto que me tiene estos días atrapado de una manera
anómala, mi implicación en el discurso político que recorre el país y, más
recientemente, mi anexión a un círculo de Podemos en la localidad en donde
vivo. El caso es que andaba yo interrogándome por las razones que me están
impulsando a este repentino cambio en mi actitud hacia la realidad que me rodea
y que habitualmente vivo de lejos, casi como si me fuera
ajena, y no encontraba manera de orientarme. Estando en esto recordé algo que había escrito en un blog durante cierto viaje por el suoroeste asiático mientras leía un libro de José
Antonio Marina, una cita de Habermas que hablaba de tres necesidades básicas en
hombres y mujeres (hoy donde se dice hombre hay que añadir mujeres si no quieres
quedar anatomizado de machista), la primera de las cuales era la necesidad de
dominar y comprender la realidad, y a la que seguía la necesidad del respaldo
del grupo y el deseo de un cierto protagonismo en ese grupo. Recordar algo que
escribiste o leíste en una particular circunstancia de un lejano viaje tiene su
gracia, dice mucho de la capacidad selectiva de la memoria, sobre todo de una
memoria muy desmemorizada como es la mía. Se ve que hay cosas que el cerebro
fija a golpe de cincel y martillo. Sus razones tendrá, digo yo. El caso es que
en aquella ocasión, un viaje por la isla de Java en Indonesia, me albergaba en
el Surabaya Hotel de Bandung, un joya decadentista con cama parecida a la que había visto
poco tiempo antes en el Alcázar de Segovia; cama de dosel, con un ancho que debía
de superar los dos metros con creces. Una pena que le faltase el
terciopelo, o la muselina, o los vistosos cortinajes de la época. El hotel era
un palacete de los tiempos de la colonización holandesa que se caía de viejo,
pero con todo el aspecto de haber sido un lugar distinguido ciento cincuenta años
atrás: fachadas blancas con volutas sobre columnas ennegrecidas por el tiempo,
amplios salones para organizar bailes, recoletos rincones con lámparas de
vidrio emplomado, altísimos techos estucados... no le faltaba nada. Ese era el
escenario de mis lejanas reflexiones, un viaje que se prolongó durante medio
año.
Pese a todo y, al hilo de las citas anteriores, uno nunca
puede ser más alto de lo que es ni más bajo de lo que su deteriorada autoestima
puede susurrarle al oído y así, descubrir las posibles razones ocultas de la
propia conducta parece que sea un buen ingredientes para no caer en la trampa
usual de confundir los asuntos personales con aquellos otros de la comunidad,
que es el caso, pienso yo, de un porcentaje alto de los representantes públicos
del país. En esta situación tratar de redefinirse y saber quién eres y a qué te
debes parece un ejercicio interesante para no confundir las cosas. Saber si lo
que haces lo haces porque te sale de dentro simplemente o porque acaso te
sientes solo y unos pocos compañeros con su calor humano ayudan a cumplir tus
obligaciones de ciudadano, es un elemental ejercicio de introspección que puede
ayudar a sobrellevar el esfuerzo de salir de la urna de cristal en la que
normalmente nos encontramos muchos de nosotros.
Así las cosas, y como cabía esperar, las consecuencias no
tardaron en venir. La indignación ha subido unos cuantos escalones en mi ánimo,
la de siempre pero estos días incentivadas por estólidas tertulias televisivas
a lo que se ha ido sumando la actividad del Twitter. Sí, me indigna sobremanera
la boluda capacidad de retuiteo de que se ven aquejados, como una enfermedad
contagiosa y estúpida, el alma neofranquista de los peperos de toda condición.
Me parece un insulto tan grave a la inteligencia que a poco me da para mesarme
los cabellos de confusión y vergüenza; que gente capaz y con carreras
universitarias llene de paridas anti-Podemos el twitter me llena de asombro y
estupefacción. Eso hasta esta mañana que decidí darme una vuelta por el
campo a ver si me desintoxicaba un poco. Fue paseando que se me pasó por la
cabeza la idea de volver a encerrarme en mi burbuja de libros y tareas de
huerta e incluso se me pasó por la cabeza la idea de salir pitando a algún lugar de Asia en donde pueda
volver a reencontrarme con mi yo perdido en el fárrago insustancial de ese
diálogo de sordos del “y tú más” y sus derivados. Sí, un viaje a la isla de
Java o Bormeo, o acaso a Sumatra o Nueva Guinea, a volver a revivir las aventuras
de Emilio Salgari en los fangosos ríos, la comunidad de los monos campando por
todos los lados o la ubérrima vegetación de aquellas islas. La vida es corta,
tan corta que da pena desperdiciarla en la insustancialidad de los aledaños de
la política y sus derivados. Pero ah, somos seres sociales y el bien común de
la colmena nos exige una mínima contribución que como hemos visto alienta
nuestra biología por la vía de la acogida del grupo que con su flauta melodiosa
nos lleva tras de sí para cumplir nuestros deberes de ciudadanos, la sustancial
tarea de contribuir al bienestar del cuerpo social.
¿Merece la pena este pim pam fuego que nos traemos, pobre
país, vejado país lleno de lunáticos dispuestos a hacer de la convivencia una
mierda, ese “españolito que vienes/ al mundo te guarde Dios/ una de las dos
Españas/ ha de helarte el corazón”? Un dilema de difícil solución porque por
poco que quieras participar el olor a mierda es tal de echar a cualquiera pa
atrás, el enemigo tira a matar desde el vertedero con lo único que tiene, y por
mucho cuidado que pongas, caer en su juego es lo más fácil que te pueda pasar si
no te agarras fuertemente a la barandilla de proa. La consigna, ignorarlos,
tropieza con nuestra débil epidermis y nos cabreamos, nos ponemos tenso ante
tanta basura. Ayer mandaba yo un tuit a la antigua alcaldesa de mi pueblo y
concejala actual de Serranillos del Valle, una máquina de retuitear, licenciada
en derecho a la que me asombra que las luces le den para tan poco, con el ánimo
de ver si además de despacharse con los excrementos propios del affaire
Monedero tenía algo interesante que decir de su propio magín, pero a la mañana
siguiente lo único que encontré en su perfil fueron páginas y páginas de
retuits (los de la voz de su amo), la última consigna de la dirección del PP,
con la misma retahíla de siempre. Ya no hay programas, ya no hay argumentos, ya
no hay nada de nada, la inteligencia es un reducto en decadencia, lo único que
cabe es dictar consignas, lanzar bulos, mentir, desprestigiar al enemigo. La
imbecilidad elevada al rango de hacer política para esa España que bosteza,
carne de cañón con la que seguir amañando votos.
¿Merece la pena entrar al trapo de este aburrido juego de
luces y sombras, de basura sistemática? No, creo que no. Deterioraría nuestra
inteligencia. Así que tras mi largo paseo por el campo, una mañana ventosa y
fría, los lares y penates que guardan mi hogar me susurraron al oído que había de vigilar
mi salud y terminar con la pérdida de tiempo de los debates de la Sexta , de la Cinco , los tuits demenciales
de la retraca pepera, en fin. Se acabó la tele, se acabó la basura mediática;
quince minutos todos los días para hojear la prensa, consultar meneame.net, un
rapidito vistazo al Feisbuk y al Twitter y adiós santas pascual, deber de
ciudadano informado cumplido. Espero…
P.D. No tanto, queda el baluarte de seguir construyendo desde nuestro los pueblos y los círculos, incansablemente. Labordeta lo comenzaba cantando así: Habrá un día en que todos, al levantar la vista...
P.D. No tanto, queda el baluarte de seguir construyendo desde nuestro los pueblos y los círculos, incansablemente. Labordeta lo comenzaba cantando así: Habrá un día en que todos, al levantar la vista...
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