¿Merece la pena hacer el amor sin amor?

Ayer sonaba como una campanilla en la niebla esa cuestión en mis oídos.
Hace unos días El País, bajo la engañifa de informar, hacía una propaganda descarada de algunos portales de intercambio sexual. El santo, las señas, la dirección, el cómo hacer. (me pregunto con curiosidad: ¿cuánto cobrará este periódico por introducir las direcciones en sus líneas y por divulgar ante el gran público las bondades del producto?). Uno, buen discípulo (jeje) de los medios (y no medios), aprende lo que tiene que hacer o dejar de hacer un ciudadano, toma nota de una par de esas direcciones, las introduce en la ventanilla del navegador y se pone a curiosear. Muchos millones de clientes dicen que circulan por esos portales, muchos más que otros que sólo se dedican a “cándidos” escarceos amorosos, a buscar una pareja, a encontrar un amigo o amiga a través de la virtualidad. Que cada cual interprete como le venga en ganas qué significa esto, qué significa el flamante negocio de los productos que se etiquetan como pornográficos, qué significa tanta alerta de protección a la infancia, de remisión a una determinada moral. Hay tanta gente que no quiere ni ver ni oír.
Bien, no se trata de hacer propaganda, claro, pero no nos vendría mal hacer una pequeñísima reflexión sobre cómo es la realidad, sobre lo que son las cosas. Que hay mucha gente que está deseando enamorarse, cierto; que hay mucha gente que tiene un tabú encima que no le deja moverse, también cierto; que la educación nos maniató y nos deja indefensos ante los desmadres y desórdenes que se producen en nuestro interior, está claro; que la hipocresía es una moneda corriente aquí y en Pekín en lo que se refiere a nuestra relación con realidades apremiantes, evidente; que nos mentimos a diario, más que obvio. Fóllame, se anuncia una usuaria en uno de estos portales; evidente, claro, diáfano: fóllame, que con ello se me van a ir todos los males que me agarrotan el alma. El otro día, escribía algo aquí en relación a un artículo de Bucay, que sonaba parecido, que no igual: Búscate un amante, decía allí.
¿Cuántas veces decimos para explicar nuestro comportamiento, es que nuestro cerebro funciona así o de otra manera? ¿Qué es lo que hace que nos interesemos por las películas de terror, por una historia de amor, por un partido de fútbol, por una partida de ajedrez? Es que el cerebro funciona así, está preparado para ello, de la misma manera que nuestro cerebro está perfectamente equipado para despertar nuestro instinto y llevarnos a la reproducción. Intentar llevar la contra al cerebro es algo más que difícil, en general nuestra psicología en seguida se queja. Encontrar el camino de la verdad, esa naturalidad, coherencia con uno mismo no es algo que se aprenda en la escuela. Ni en la escuela ni en la universidad se aprenden cosas importantes para la vida. Tampoco se aprende a educar a los hijos, sea dicho de paso. Así que, apáñatelas como puedas. No te voy a enseñar pero lo que sí voy a intentar es hacerte la puñeta, condicionarte, prohibirte, crearte complejos de todo tipo si no me haces caso; todo eso parecen afirmar las instituciones, la Iglesia la primera; obedece, consume y calla, parece ser la consigna. Sí, que hay que dar de comer a todos los profesionales que viven de los desarreglos mentales de todo tipo. Usted cásese, aténgase al débito matrimonial y déjese de monsergas. Ah, y si tiene un aprieto, pues eso, búsquese a escondidas, ¡a escondidas, he dicho! un apaño, eche el polvo y a casita de nuevo... y eso si no le basta con las películas pornos, con el desmadre comercial en torno a las bondades del cuerpo.
Coño, ¿a qué jugamos? Esta gente nos toma por imbéciles. No es de extrañar que Felix de Azúa haga afirmaciones como éstas (Historias de un idiota contadas por él mismo): “Los proyectos de infantilización que promueven estados muy poderosos, como el norteamericano, han tenido un éxito biológico considerable y la edad actual de las poblaciones occidentales ronda los ocho o nueve años intelectuales”. Y añade: “No es de extrañar que en la actualidad la población desarrollada sea prácticamente analfabeta, a la manera de los niños, es decir, con una cantidad ingente de información inútil ocupando la totalidad del cerebro”.
¿No seremos nunca lo suficientemente mayorcitos como para determinar por nuestros propios medios, con nuestra inteligencia lo que queremos o dejamos de querer sin sufrir el estorbo de una moralidad prefabricada para uso de edades mentales que no superan los ocho o nueve años?
¿Quien dice que para hacer música tenga que acostarse uno con la bandurria que te regalaron hace cuarenta años? ¿Quién dice que la música ha de hacerse exclusivamente con tal o cual instrumento (y damos por supuesto que un artista puede hacer mejor música con un stradivarius que con un violín parecido a la Venus de Willendorf)? ¿Dónde está, además, la música; en las cuerdas, en las teclas, en el cobre de un instrumento de viento? Mire usted, no, eso son sólo instrumentos. La música es lo que suena, lo que fabricamos con nuestras manos, con nuestro espíritu, con nuestra inspiración, con nuestro deseo. Lo que fabricamos tú y yo. Así que ¡viva la música! Por favor, no confundamos el violín, la viola, la flauta ni la gaita, el saxofón con la música. Y aquí de lo que se trata es de hacer música, música cuanto más celestial mejor. Así que nada de débitos matrimoniales ni aburridos polvos bajo el palio de la costumbre o de la mano de una moral hipócrita y castrante.
Oiga: ¿a usted le gusta jugar al fútbol? Pues juegue al fútbol. Que le place soplar en los palitos de la gaita, pues sople y haga música con ellos, y convoque de paso a las meigas alrededor de una humeante queimada... y si después le place echar un polvo y puede, pues amigo... habrá hecho usted su día. Que le quiten después lo bailao... y a esperar la próxima.
Y contesto a la cuestión que encabeza estas líneas. ¡Cómo no va a merecer la pena! Lo bonito siempre es bonito, dejemos a un lado una moral casquivana, que ya somos mayorcitos. Y a vivir, que son dos días. Vivir; amorosamente, con ternura, con delicadeza, con sabiduría; lo repito, con amor.

1 comentario:

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