Soy la del mirlo

Canción de Solveig, Grieg


Uno de estos días pasados, mientras caminaba al sur del pantano del Burguillo y leía Claudina se va, de Colette, di en recordar algún comentario que apareció en este mismo bloc hace unos días (Hoy lunes). La mujer del comentario, que hacía referencia a sí misma como “la del mirlo”, a juzgar por el contenido de sus pocas líneas, era una mujer a quien no le iban bien las cosas. No se dice de la vida que es una mierda así por las buenas, y menos en primavera cuando todo el campo y la naturaleza entera están gritando sus ganas de vivir con una fuerza colosal. El que me lo sugiera el libro de Colette no tiene ningún misterio, el libro es la historia de una mujer que viviendo hasta un determinado momento de su vida, ciega a la realidad, metida en la jaula que su marido fue creando pacientemente para ella, un buen día, ayudada por la ausencia temporal de su marido y por las nuevas relaciones que establece, termina por ir descubriendo la menuda red en la cual vive encerrada. Anita, se llama. Hacia el final del libro, su amiga Claudina le pregunta: ¿Será usted una de las que nacen para vivir sometidas? Anita es una mujer de carácter y hace lo que hay que hacer, porque es indigno de un ser humano vivir sometido a otro cuando de uno depende el no estarlo.

Es una triste historia la que voy a contar aquí. El comentario de la mujer del mirlo, que es muy difícil que no pertenezca a una persona a la que conozco acaso mejor que ella misma, me lleva a relatar lo que yo creo puede ser el camino que la hace pensar que la vida es un vertedero de basura. La persona del comentario juega a enmascararse con otros comentarios contradictorios, pero no cabe duda de que se trata de la misma mujer, alguien por quien siento un afectuosa y profunda compasión. Lo que voy a contar es sólo un ejemplo de lo que puede ser algo que se repite con frecuencia en nuestra pudorosa e hipócrita sociedad. Dudé mucho en contar aquí esta historia que me relataron recientemente en uno de mis paseos que me están llevando desde el Mediterráneo al Atlántico, pero al final me decidió el convencimiento de que uno no puede dejar pasar ante sí la miseria humana sin hacer una contribución que ayude a tomar conciencia a quien quiera oír, de estos casos en los que la mujer es todavía, en el año 2008, un instrumento de indignidad por parte del hombre. A la prensa sólo llega la violencia de género notoria, los casos sin retornos; el miedo al marido, la abyecta sumisión, el trágico recorrido psicológico que tienen que hacer mujeres desvalidas y sin recursos anímicos o económicos vive dentro del cuerpo social sin posibilidades de solución y, desarrollando en el mejor de las circunstancias, como sucede en mi relato, una autodefensa que consiste en pensar que la suerte está echada, que nada tiene remedio y que el mundo es un antro.

Un individuo habituado a mandar y a ser obedecido, un buen día deja preñada a una joven quince años menor que él. No digo que la forzara porque eso parece pertenecer al secreto de la obviedad no dicha. Esto, veintitantos años atrás en España no deja otra opción a la joven que contraer matrimonio con alguien a quien jura no va a querer jamás. La joven es un mujer sensible, solitaria, culta, pero, apresada entre la maternidad, el trabajo regular fuera de casa y la atención a las notorias exigencias del marido a quien tiene que servir de mozo de cuadra, ve pasar la vida, como dice la comentarista del mirlo, como si ésta fuera un vertedero de basura. Es la vida que vive ella, todas las miserias de las dependencias y despotismo juntas (¿dónde coño has estado?, ¿por qué cojones no has puesto agua a enfriar en el frigorífico? Un navajazo o lo que sea, yo hago con ella lo que me sale los huevos, me contaba mi comunicante que le decía cierta noche de copas aquel marido cuando éste le increpó por sus valentonadas de macho).

No hace falta ser prolífico, la historia está contada en otro lugar. Sucede que veinte años después un día encuentra un amante y entonces su vida cambia de uno a otro extremo. Se hace una mujer feliz y apasionada, sale de casa, escribe, participa en competiciones, viaja, anda por las montañas. En su casa sorprende este notorio cambio, pero allí cada uno va a su bola y apenas ni sus dos hijos ni su marido le prestan atención, no se interesan por sus nuevas aficiones, no acuden a ninguna meta a recibirla. Transcurre casi un lustro y un buen día el marido descubre la existencia del amante. Aquella noche el marido, navaja en mano está a punto de matarla, la acorrala hasta la madrugada, la navaja resbala bajo un armario al entrar la hija. Cuando sus hijos, entre los diecisiete y los veinte años, llegan de la farra del fin de semana el marido la presenta como “esa puta”. El hijo mayor exhorta al padre a echar a su madre de casa. La hija muestra una indiferencia notoria, eso es cosa vuestra, dice.

La mujer a la mañana siguiente huye de casa... pero a la noche, después de haber pagado un hotel, vuelve sumisa, con la cabeza gacha a lo que convencionalmente se nombra como el hogar. Las escapadas se repiten tres veces más. Hay denuncias de malos tratos y amenazas de muerte, orden de alejamiento, pero al final el terror de ella al marido se va abriendo paso de manera brutal hasta formar parte de sí, como el hígado o los pulmones, y regresa a casa.

Ahora, con aquello un poco lejos, aliviado algo su miedo desde su vuelta al encerramiento y a la sumisión más indigna, piensa que sus hijos la quieren mucho, que su amante era malísimo y abominable y hace lo que puede para cerrar los ojos a la realidad. Sigue haciendo de cenicienta, abandonó prácticamente todas aquellas actividades a que le indujo aquel nuevo amor, su orgullo creció como un forúnculo, se le agrió el carácter, por todos los lados ve lobos y engaños y, de vez en cuando, parece, no le queda otro remedio que decir que la vida es una basura: como la del mirlo.

Y eso, volviendo a la mujer del mirlo. Presiento, que como a la protagonista de esta historia lo que le falta realmente es un amante (Búscate un amante, escribí yo aquí hace ya algún tiempo, recreando un artículo de Bucay, la solución ideal para tantos males) y un poco de valor para quitarse las cadenas de encima e intentar escuchar lo que le dicta su interior.

Mi deseo más sentido para que a esta mujer se le alivien las penas y sepa reunir fuerzas para encontrar su camino. Que el pájaro de las noches pasadas sea mirlo o ruiseñor tiene poca importancia, lo que realmente importa es que están vivos, que no son esclavos de nadie y que cantan cuando quieren y donde quieren, y si además les pilla de paso, se enamoran, lo cual está muy bien y es una de las pocas cosas por las que realmente merece la pena vivir.






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